Sin duda ya he recibido el regalo más hermoso de estas Navidades. Ella llegó con su limpia sonrisa, sus enormes ojos iluminados por la ilusión y su pelo un poco alborotado… Escribe Patricia Sanagu.
Despertó mi atención nada más entrar en la habitación y me quedé mirándola intentando adivinar. Abrió más su sonrisa si cabe cuando extendió sus bracitos y me ofreció el viejo papel que llevaba en sus pequeñas manos.
Trazos desiguales, colores sobrepuestos, tachones, flores, una equivocación, un intento de arreglarlo de manera hermosa, un pájaro verde en libertad, un sol, un corazón, algo que asusta, una nube lluviosa, dos personas de la mano, varias personas en círculo y otro corazón. Pudiera haber sido el mapa de una vida, y contener todo el valor que la envuelve en ese esbozo.
En un mundo en el que no se premia, sino que se castiga la diferencia. En el que una idea es copiada, robada y explotada por muchos. En el que la originalidad nacida desde el corazón encuentra dificultad, impedimentos y rechazo para manifestarse. Un mundo en el que buscar la propia esencia es una pérdida de tiempo, en el que la tónica es esperar que otros hagan pero que te beneficie a ti y de reclamar si no se te ha dado, de suplicar amor a quien no debes y de llorar porque no eres correspondido, de hacer para que te valoren, y de quejarte porque no te reconocen. Cuando te cansas de envidiar, de desear, de juzgar, de odiar: entonces, decides buscar tu propia voz, vas a yoga.
No recuerdo ni cuándo ni dónde leí esta historia, pero recuerdo que me vino a la mente cuando recibí mi regalo de navidad en forma de ese dibujo lleno de amor: “El Universo es una gran sinfonía armoniosa, perfecta, única, refinada y elevada. Cuando Dios, o la Gran Conciencia decide dividirse en muchos por el puro placer de experimentarse a sí mismo en múltiples facetas, separa y divide esa sublime sinfonía en cada una de sus diferentes notas. Cada uno de nosotros somos una nota única de esa sinfonía, y es nuestro deber refinarla, afinarla y ofrecerla a esa sinfonía universal a la que pertenece”.
Encuentra tu propia voz:
– Cada mañana antes de levantarte de la cama, dedica tres minutos a agradecer: en lugar de mirar hacia el exterior y poner todo en esa dirección, toma conciencia de aquellas cosas que la vida te regala cada día y que muchas veces das por hechas.
– Reserva al menos 40 minutos de tu día para hacer tu práctica, sentir tu cuerpo, observar los contenidos de tu mente, escuchar los latidos de tu corazón.
– Cada noche, antes de dormir, lee unas líneas de algún texto sagrado, como el Baghavad Guita.
– Proponte hacer una acción desinteresada cada día. Cultiva el dar, cultiva la generosidad, una simple sonrisa, cocinar con amor para alguien, una pequeña donación, ayudar a terminar algún trabajo, un regalo, acompañar a un enfermo, escuchar a un anciano, ser paciente con la persona amada.
– Ofrece. Nuestra vida es la que es. A veces no es más que un viejo papel repleto de trazos de colores, tachones, corazones y flores sin interrelación ni sentido, pero no importa, no nos pertenece, estamos de paso. Deja de hacer para ti, y “lleva a cabo tus acciones como ofrenda a mí”, decía Krishna en el Bhagavad Guita.
Incluso practicamos meditación y yoga para estar mejor, para crecer, por autoconocimiento, para sentirnos bien, para alcanzar la felicidad. Despréndete también de ese resultado. Haz, por puro gozo espiritual.
Cuando ese pequeño ángel me entregó mi regalo de Navidad, fue un acto puro. Ella creó desde su propia voz, desde su capacidad, trazos sin sentidos, colores indefinidos, pero llenos de amor. Fue tal el gozo en su creación que se desapegó del resultado, quiso entregarlo desde lo profundo de su corazón, ¿qué sentido tenía quedárselo?
No sabía si era bello, si era perfecto, si era suficiente, solo lo entregó. Y eso la hizo un alma grande siendo tan pequeña.