Todos somos actores, y tanto nos identificamos con nuestro papel que dejamos de ser nosotros mismos para alienarnos un poco más cada día. Esa es una tragedia de la que no nos damos cuenta. Y no hay peor tragedia, porque dejamos de ser nosotros para convertirnos en el que no somos pero creemos ser. Escribe Ramiro Calle.
Conocí el caso de un actor, hace muchos años, que tanto se identificó con el papel que llevaba años representando que se perdió a si mismo y acabó en un psiquiátrico, teniendo que recuperar, paradójicamente, al que nunca había dejado de ser.
Nos identificamos tanto con la máscara, con el ego, con nuestro repertorio de papeles, que luego tenemos que hacer un trabajo muy intenso de desidentificación para poder recobrarnos a nosotros mismos. La parábola del Hijo pródigo adquiere aquí todo su significado esotérico y más profundo y no el meramente literal que a nadie convence. Ya totalmente desencantado de lo que acontece en el mundo exterior, el hijo pródigo regresa al hogar y se reconcilia con el padre; el hogar es él mismo y el padre es su yo más profundo, su verdadera identidad.
En realidad todas las parábolas, tanto de Buda como de Jesús, tienen una lectura más profunda y clarividente que la que se les da exotéricamente. Los maestros, muchas veces, se ven obligados a impartir sus enseñanzas recurriendo a parábolas, símiles, narraciones expirituales o analogías. ¿Por qué? Porque las experiencias de órden místico son inasequibles a los conceptos.
Todos somos hijos pródigos, huérfanos de nosotros mismos. Hemos tomado el exilio y ahora tenemos que buscar el medio para regresar a nuestro hogar interior. En cierto modo es el camino que nos abre la meditación para poder hacerlo y, por supuesto, todo lo que llamamos el trabajo interior o trabajo sobre uno mismo es el denominado sadhana o adiestramiento espiritual. Todos estamos intentando buscar mapas espirituales, brújulas para tomar el norte hacia nosotros mismos.
El difícil despertar
El trabajo interior es el que realizamos sobre nosotros mismos para completarnos. Experimentamos una gran insatisfacción, porque incurrimos en el falso enfoque de creer que podemos taponar nuestros agujeros psíquicos con logros en el exterior, con personas y objetos; así vamos haciendo toda suerte de componendas y, como diría Jesus, echando remiendos al paño viejo y aún desgarrándolo más.
Nos pasamos la vida aletargándonos con composturas, componendas y remiendos. Así no muta nuestra fragmentada y herida psicología: la perpetuamos. Continúa la búsqueda hacia afuera en lugar de hacia adentro; un afán por conocerlo todo menos al conocedor. De ese modo cada día se identifica uno más con el personaje y se consolida la autoimagen, ocultándose uno a sí mismo lo que en realidad es. En lugar de tratar de completarnos, nos instalamos en la «incompletud». Entonces, más angustia existencial, más ansiedad, más desorientación y ofuscación. De nada sierve lavar manchas de tinta con tinta. Al sentirnos incompletos, inacabados, insatisfechos, se apodera de nosotros la angustia y el desconcierto. El cuenco vacío no está lleno de nosotros mismos. Queremos llenarlo de todo menos de nosotros mismos y entonces provocamos más insatisfacción y un sentimiento muy hondo de desconsuelo.
Pero hay personas que tienen la fortuna de darse cuenta de que no se pueden completar con lo que está fuera, sino que es necesario completarse por uno mismo. El descontento persiste si uno cree que solo con personas, actividades externas y logros en el exterior, uno puede completarse a sí mismo. Si uno se externaliza demasiado, y esa es una de las grandes enfermedades que abona esta sociedad, al final uno pierde de vista el camino del retorno y se va distanciando más de sí mismo. Pero si la persona se percata en un momento de gloria de que hay que tomar la senda hacia los adentros y no solo activarse hacia el exterior, empieza a seguir la senda del retorno y va aproximándose a su ser interior.
Es el camino de regreso al hogar y para ello hay que servirnos de las orientaciones que hemos recibido de las mentes más realizadas y de los métodos milenarios que han demostrado su fiabilidad. Mas la identificación nos tiene tan narcotizados, que cuesta mucho llevar a cabo la desidentificación consciente que nos vaya despertando. Desde la somnolencia profunda que nos atenaza, es fácil hablar del despertar pero es muy dificil despertar. Hay que dejar de creerse el papel que uno representa para ser consciente del interprete y de su realidad última. El actor debe saber que está actuando. De no ser así sucumbe a la hipnosis del papel que representa. Somos simples comparsas en el escenario de luces y sombras de nuestras vidas. Estamos tan dormidos que aun cuando a veces despertamos o semidespertamos por unos instate, enseguida nos volvemos a dejar vencer por una somnolencia irresistible.
Solo mediante el más firme de los propósitos para elevar el dintel de la consciencia y el trabajo interior, podremos ir consiguiendo «golpes de luz» que vayan mutando nuestra consciencia y nos permitan tener vislumbres de la otra realidad, o sea, la verdadera Realidad. Como insisto en mi libro Lo que aprendí en 5o años (magistralmente prologado por el escritor y editor Ángel Fernández Fermoselle), si algo he aprendido es que hay mucho que desaprender si queremos seguir aprendiendo. Y sin aprendizaje, el resto de nuestra vida perdería todo su sentido.
Ramiro Calle
Más de 50 años lleva Ramiro Calle impartiendo clases de yoga. Comenzó dando clases a domicilio y creó una academia de yoga por correspondencia para todo España y América Latina. En enero de l971 abrió su Centro de Yoga Shadak, por el que ya han pasado más de medio millón de personas. Entre sus 250 obras publicadas hay más de medio centenar dedicadas al yoga y disciplinas afines. Ha hecho del yoga el propósito y sentido de su vida, habiendo viajado en un centenar de ocasiones a la India, la patria del yoga.
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