Se sabe que muchos maestros, cuando ellos mismos hallaron la definitiva paz interior tras muchos años de esfuerzos y pesquisas, al sentir esa sublimidad incomparable, en un principio quisieron quedarse llevando una vida privada para siempre. Escribe Ramiro Calle.
Pero solo por infinita compasión, empezaron a trabajar intensamente para difundir esas enseñanzas a los otros y que así muchos tuvieran la preciosa oportunidad de avanzar con paso firme por la senda de la autorrealización y la libertad interior.
Sus enseñanzas y métodos han llegado hasta nosotros; representan un gran legado espiritual, una magnífica herencia. Estas enseñanzas y métodos han surgido, deducimos, de las mentes más lúcidas y realizadas, sea de Lao-Tsé, Buda, Jesús, Mahavira o tantos otros grandes del espíritu. O bien todos ellos, que son las mentes aparentemente más claras y penetrativas, estaban equivocados, o si por el contrario confiamos en que eran las mentes más realizadas y lo ejemplificaron con su conducta, tenemos que conluir que son instrucciones muy válidas y fiables y que también nos pueden ayudar a nosotros en la senda del despertar de la consciencia. Y estas enseñanzas y métodos configuran el denominado sadhana.
El término sadhana quiere decir «disciplina espiritual» o «ejercitamiento para el autodesarrollo»; es un soporte, y sin el sadhana estaríamos aún mucho más desorientados y confusos, seríamos como náufragos en el océano de nuestras incertidumbres. Por eso es sadhana como una lámpara que alumbra el camino y resulta imprescindible.
Y todo aquello que nos ayude a progresar interiormente es sadhana. Debemos dar la bienvenida a todo lo que nos ayude a evolucionar conscientemente y descartar lo que no nos sirva. Todo hay que someterlo a la comprobación y a la experiencia. Los vehículos para desplazarnos de la ignorancia básica de la mente a la Sabiduría son los métodos y no las creencias. Los métodos transforman, en tanto que las creencias solo son creencias. Si nos extraviamos solo en la teoría, o como decía Buda en un «amasijo de alienantes opiniones», no saldremos de nuestro estancamiento interior. El método que reporta experiencias profundas es lo que transforma.
Me pregutan de vez en cuando si la meditación es todo, pues llevo dando clases de meditación 44 años. La meditación no es todo; la meditación es parte. Quizás fuera todo si la practricásemos diez horas diarias, y entonces desplegaría todo su poder transformativo. Pero meditamos poco y por ello es necesario llevar la meditación a nueustra vida diaria y convertirla en una ténica de vida. Mediante la meditación sentada y la meditación en la acción, vamos desarrollando factores de iluminación como la energía, el contento interior, la atención vigilante, el sosiego, la lucidez y la compasión.
¿Nos imaginamos por un momento cuántos esfuerzos han tenido que hacer determinadas personas para poder encontrar y compartir estas enseñanzas y métodos en el pasado? ¡Cuántos desvelos, renuncias, sacrificios! No tenemos ningún derecho a dilapidar esa maravillosa herencia, una de las pocas esperanzas para esta convulsa sociedad, un medicamento para poder eliminar de las mentes la ofuscación, la codicia y el odio que están destrozando este planeta.
¿Por qué a veces me muestro crítico con aquellos que deforman y falsean el yoga para mercantilizarlo y rentabilizarlo inescrupulosamente? Porque están dilapidando la herencia; porquen están miserablemente corrompiendo el legado. Traicionan amoral e inmoralmente el verdadero espíritu del yoga, que no consiste en el culto al cuerpo, la afirmación del ego, el apego y la competencia, el envanecimiento y el orgullo espiritual.
El yoga como muchos lo exponen, sobre todo en Estados Unidos (y luego llegan los imitadores europeos a empeorar el tema), no tiene nada de yoga, en cuanto no promueve la evolución interior y la conquista de estados superiores de la consciencia, sino el aferramiento, la vanidad, la soberbia y un compulsivo afán por un cuerpo capaz de hacer acrobacias y llamativos contorsionismos.
Reducir el yoga, que es el eje espiritual de Oriente y buena parte de Occidente, a una mera gimnasia exótica o a un estresante fitness, es dilapidar la herencia.Una vez más hay que insistir: ¿Por qué le llaman yoga a lo que no es yoga?. ¿Y zen a lo que no es zen? ¿Y tantra o vedanta a lo que no es ni tantra ni vedanta? ¿Y mindfulness a lo que no conduce al desapego, a la visión penetrativa (insigh) o el nirvana?
Merece la pensa velar por la herencia, por lo que en Oriente se denomina Dharma, porque, además, sin el Dharma una persona es nada.