Silvia Jaén, el comienzo

2015-10-15

Comienzo este escrito con las ganas de compartir una de las experiencias más importantes de mi vida. Hace cuatro meses sufrí un grave accidente en un quad que marcó un antes y un después para mí. Fue algo que nunca pude imaginar que me ocurriría. Sobre todo, al encontrarme disfrutando de uno de los mejores momentos de mi vida en muchos sentidos y aspectos. Escribe Silvia Jaén (compartimos de su blog)

SilviaJaen Yoga
El yoga es transformador. No sólo cambia nuestra forma de ver las cosas, sino que transforma a la persona que ve. Iyengar

Cuando quise darme cuenta estaba tumbada en el suelo con una fractura en la pelvis, sacro, isquion y pubis. Y lo sorprendente es que, antes de que pudieran reconocer en el hospital, en todo momento supe que es lo que me había fracturado. Pude sentirlo clarísimamente.

Con mucha calma a pesar del dolor tan inmenso, sabía que podía manejar esa situación. El dolor era muy profundo pero con calma, observando y la respiración constante, conseguí hacerme con la situación. Era como si supiese en todo momento lo que había que hacer. Manejar esos instantes era algo espontáneo que salía intuitivamente de lo más profundo de mi ser.

Antes de estar acompañada por mi marido, unos amigos con los que pasé esa mañana y la ambulancia, saboreé unos momentos la soledad y la sensación de estar sola físicamente e interiormente con todo aquello que estaba sucediendo. Lo que en aquel momento sentí no podría describirlo porque eran sensaciones, algo a lo que no podría poner palabra. O quizá sí. Tal vez, una plenitud profunda. Solo respiraba, sentía sin juzgar y me dejaba estar allí tumbada y una vez más solo observando.

Estuve diez días ingresada en el hospital, una experiencia increíble. Cada uno de los profesionales que me atendió fue de lo más atento y cariñoso y con una calidad humana impresionante. El momento de moverme en la cama era todo un evento. Con los brazos tiraba de todo mi cuerpo para que pudieran asearme cada día. Daba instrucciones a las enfermeras (como si de una clase de yoga se tratara) para que me movieran y así sentir menos dolor. El trabajo en equipo fue genial y reconfortante. Y siempre a mi lado Javi, mi marido y mi eterna compañía.

Sentía sin juzgar

A los siete días empecé a sentarme y con ayuda conseguía quedarme en el sillón después de un buen rato. Traspasando los continuos mareos pude hacerme con esa posición que a lo largo de mi vida tantas veces he hecho y que en ese momento se convirtió en todo un reto.
Solo respiraba, sentía sin juzgar y me dejaba estar allí tumbada y una vez más solo observando.

Pude sentir totalmente el desapego a las cosas y situaciones. El ego ha sido algo que no ha estado presente en todo este proceso y que he trabajado sin darme cuenta. Mis alumnos y alumnas me ayudaban a mover mi pierna, me sostenían, me acompañaban. Acostumbrada a ser yo quien lo hacía en mis clases hacia ellos, era para mi algo nuevo, tierno y sumamente bonito.

Al poco tiempo de darme el alta, empecé a desplazarme en silla de ruedas. Otra experiencia más. Aprendí a manejarme y a seguir haciendo mi día a día. Utilizaba las muletas llevando la pierna izquierda a la pata coja y con paciencia y concentración, conseguí dominarlas.

Por horas, el cuerpo iba avanzando, reconociendo movimientos. Mi cuerpo tenía la memoria y la inteligencia de lo que he estado haciendo toda mi vida y veía asomarse con toda claridad el poso de las posturas de yoga. Había un lenguaje que no paraba de comunicar a mi cuerpo la información que esta integrada en mí: las asanas y la respiración, mis grandes compañeras.

Comencé poco a poco a quitarme los “soportes” que por aquel entonces, me hacían la vida más fácil: silla de ruedas, muletas, cama articulada, etc. Percibía por instantes que era hora de prescindir de ellos y que tenía que confiar, como si de una postura de yoga se tratara. Por ello, durante este tiempo hice yoga como buenamente pude. Activaba mis piernas y pies, hacia torsiones en la silla, poniendo una extremada conciencia en mi pelvis y en mi cuerpo en general. Asimismo, también formaba parte de mi disciplina diaria el pranayama y la visualización de mi pelvis sanando. Colocaba cada día las manos en ella e imaginaba esos huesos fusionándose, uniéndose armoniosamente de nuevo.

Empiezo las clases

Sumergida en mi recuperación y queriendo compartir mi sentir que en ese momento estaba a flor de piel, comencé a dar clase a las tres semanas y a las cuatro semanas mi curso de formación de profesores de yoga. Aparecer en silla de ruedas y que mis alumnos me vieran así no supuso un problema. Mostraron un gran respeto y yo, mucha naturalidad ante la situación. Podía enseñar y transmitir lo que siento aun sin poder moverme con normalidad. Era parte de mi proceso y acepté en todo momento lo que me pasaba. Esa era yo también.

Empecé mi rehabilitación y me dijeron que en dos semanas me quitarían las muletas. No podía creer que pudiera todo confabularse para podar dar el primer paso. Y así fue, pues a la semana y media lo conseguí. La evolución del proceso es algo que sorprendía a médicos, osteópatas y fisioterapeutas. Me di cuenta una vez más de que la cabeza frena cualquier instinto y espontaneidad a lo que realmente es obvio y natural. El cuerpo sabía, no me cabe la menor duda… era cuestión de confiar, fluir y observar. Sentía que acompañaba a mi cuerpo. Era impresionante como aprendía de él. Era como el espectador que mira sin implicarse, así me sentía.

Antes de que me dijeran si podía apoyar el pie, me asaltó cierta inquietud por si iba a suceder de verdad o no. Entonces me venían las palabras de mi gran amigo Carlos: «Todo va estar bien”, y como si de mi conciencia se tratara, confíe y aquí estoy, después de unas semanas de vuelta de mi viaje a la India con mi familia y mi grupo de yoga. Un maravilloso y revelador viaje al que en ningún momento, durante mi accidente, pensé no asistir y que he podido disfrutar.

Como todo en la vida, cuando se produce algo así que impacta y que remueve aparecen cambios, y en ello estoy . Observando y dejándome llevar como en aquellos momentos en los que el dolor y la superación eran muy claros.

La transformación del yoga

Quiero agradecer a mi marido y compañero amoroso su gran trabajo, su esfuerzo, sus desvelos, su fuerza, su presencia, su gran calidad humana. Gracias por amarme de esa manera en la que no tengo palabras para describir. A mis niños por su frescura, ayuda, comprensión y amor y a mi familia por su entrega infinita. A mis alumnos por el apoyo, por su confianza, por su cariño y por acompañarme en todo momento. Y a mis amigos y amigas que han estado conmigo cada día, acompañándome, animándome, llevándome donde necesitaba y apostando por mí. Ellos y ellas ya saben quienes son y les doy un millón de gracias por ser tan amorosos y por estar conmigo tan cerca…
¡Y como no, gracias al yoga, ya que gracias a mi práctica de todos estos años he podido sentir la evolución de mi cuerpo, acompañarle y simplemente confiar!

Mientras tanto, solo sigo observando y respirando…

Namaste

Silvia Jaén es profesora de yoga. Lee el texto original, sus clases, proyectos y más información en http://silviajaen.com

Todos los miércoles, clase especial de yoga
De 08:15h a 09:45h
Precio:60 €.  Sí por motivos económicos quieres asistir a las clases y no es posible ponte en contacto con Silvia.
Dónde: Yoga´14 Studio – Príncipe de Vergara 225. Madrid
www.yoga14studio.com
http://silviajaen.com/