Reproducimos este interesante artículo tomado del excelente blog ‘Hijo de Vecino’, que escribe Naren Herrero, y que plantea: «Evidentemente, una sociedad moderna que considera como el único válido un conocimiento científico basado en criterios externamente objetivables y medibles, tenderá a sospechar de una disciplina que investiga el interior del ser humano».
(Pie de foto: Para los adherentes al paradigma cientificista moderno aquí habría un infiltrado…)
A veces me pongo muy puntilloso. Hace poco leí un anuncio de algún retiro de meditación o algo así y quien lo impartía decía tener “más de 19 años de experiencia”, lo cual me crispó porque si realmente tienes más de 19 años de experiencia pones 20 y listo. 19 años es mucha experiencia y no hay nada que disimular, pero por repetición de frases tantas veces vistas y escuchadas uno termina poniendo “más de…” sin siquiera reflexionar lo que dice. Pasa lo mismo con esos productos cuyo eslogan es “mucho más que un…”, pero nunca te dicen que es eso de más que supuestamente ofrecen (aparte de falta de imaginación, claro).
Poniéndome serio y en el tema del día, definir el Yoga con mayúsculas puede ser complejo y largo, aunque a nivel descriptivo se suele decir que es una “ciencia” (algunos también agregan un “arte”, aunque eso lo dejo para otro día). Al hilo de lo que venimos hablando, me parece lógico que esta definición del “yoga como ciencia” pueda sonarles una frase hecha y hasta injustificada a los escépticos y desconocedores del contexto. Evidentemente, una sociedad moderna que considera como el único válido un conocimiento científico basado en criterios externamente objetivables y medibles, tenderá a sospechar de una disciplina que investiga el interior del ser humano.
¿Es entonces yoga = ciencia uno de esos lugares comunes que se repiten sin analizar, como “Tienda Faquir, el rey del colchón” o “mucho más que una hamburguesa”)?
Para empezar, creo que sirve ver la palabra sánscrita original que generalmente se traduce como “ciencia”, es decir vidyā, que también puede significar “conocimiento o saber” según el contexto. La raíz verbal es √vid que quiere decir “conocer” y está relacionada con “ver”, en el sentido de que para saber algo no basta con creerlo sino que hay que experimentarlo o, usando una expresión popular, “verlo con los propios ojos”. Como se empieza a notar, esta idea no es muy distinta de la del pensamiento científico moderno.
Hablando de eso veamos la etimología del término occidental “ciencia”: viene del latín scientĭa que quiere decir, oh casualidad, “conocimiento” y que deriva de scire y scindere, en el sentido de “distinguir, separar una cosa de otra”.
Hasta aquí hay similitudes. Sigamos entonces con la definición moderna de ciencia según la RAE: “Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales”. Si bien yo creo que a esta definición le falta la palabra “experimentación”, nos sirve para profundizar el análisis, ya que el Yoga en sentido amplio incluye sin dudas “observación”, “razonamiento”, “conocimiento sistematizado” y “reglas generales”.
De hecho, y como dice el yogui y maestro Yogi Gupta, en una frase que podría aplicarse a la más rígida de las ciencias exactas:
“La filosofía del yoga comienza con la concepción de que cualquier idea que no sea confirmada por la experiencia debe mantenerse como mera especulación”.
Por más que uno esté muy seguro de lo que sabe, en general uno no tiene experiencia directa y personal de todo lo que conoce, sino que se basa en deducción y, sobre todo, en la experiencia directa de otras personas. La mayoría de nosotros no hemos comprobado con un telescopio que la Tierra gire alrededor del Sol, sin embargo lo consideramos totalmente cierto. ¿Basados en qué? Mi experiencia de ver moverse el Sol podría muy bien deberse a que es el astro rey quien gira alrededor de la Tierra, como se creía en Europa hace “solo” 500 años. Sin embargo, uno cree en lo que dicen los científicos porque ellos lo han confirmado empíricamente de forma directa.
De la misma forma, las verdades que enseña el Yoga también están basadas en las experiencias directas de terceros, que en este caso no se denominan “científicos” sino ṛṣis (rishis) o sabios videntes de la antigüedad.
Parafraseando a Swami Vivekananda en su famoso libro Raja Yoga, se puede decir que en las ciencias exactas es más fácil encontrar la verdad porque su campo de estudio (visible, medible) es rápidamente identificado con las experiencias particulares de cualquier ser humano (o con una experiencia universal de la humanidad). Es decir, la teoría de la gravedad nos parece verdadera porque aunque nunca hayamos dejado caer una manzana al suelo adrede, sí hemos tenido experiencias similares que la confirman.
En la “ciencia del Yoga”, en cambio, esta base experiencial es más reducida ya que se trata de un ámbito menos tangible, menos visible y al que estamos poco educados a prestar atención, ya que va más allá de la percepción sensorial, tanto física como mental, e incluso más allá del limitado conocimiento intelectual.
La sociedad moderna, junto con su paradigma científico, solo acepta como cierto aquello que se puede ver y medir de forma externa. Para la tradición yóguica, sin embargo, el “conocimiento externo” es “conocimiento parcial”, ya que no incluye la experiencia total, el conocimiento completo.
Yogi Gupta dice al respecto:
“La única forma de conocer algo tanto interna como externamente, por ejemplo una manzana, es identificarnos con eso, ser uno con eso”.
Los antiguos sabios, al igual que cualquier científico, afirman tener un método de investigación para esta ciencia del auto-conocimiento (a veces llamada ātma vidyā), cuya conclusión final es que “todo ya está dentro de uno”. Este método incluye observar, pues de lo contrario no es más que teorizar. Obviamente es más fácil observar el mundo externo porque hay instrumentos para eso (microscopios, telescopios, sismógrafos, aceleradores de partículas…), mientras que en el mundo interno no hay herramientas de ayuda (excepto la misma mente hasta un cierto punto).
Asimismo, dice Vivekananda, que era un gran filósofo-santo famoso por su agudo intelecto, “uno debe usar su razón y su juicio; debe practicar y ver si estas cosas suceden o no”, ya que “es errado creer ciegamente”.
Y agrega: “los sabios declaran haber encontrado una verdad superior a la que los sentidos nos ofrecen y nos invitan a verificarla. Nos piden que sigamos el método y practiquemos honestamente y entonces, si no encontramos esa verdad superior, tendremos el derecho a decir que no hay verdad en dicha afirmación, pero hasta no haber hecho eso, no somos racionales negando la verdad de sus aseveraciones”.
No hace falta ahondar en el tema, pero decir que no existe el Ser porque no lo podemos medir puede ser tan irracional como decir que no existe la electricidad porque no podemos verla.
Así como en la ciencia moderna existe una hipótesis que debe ser comprobada o descartada, y eso no debería ser un sesgo para la investigación, en el Yoga hay una “hipótesis” que es la existencia de una “verdad superior” o “Ser interior” o “Dios” u “Orden cósmico”, etc. y, por tanto, hay una cierta creencia o fe previas que son el punto de partida para la búsqueda de esa verdad. Sin embargo no son cualidades indispensables para confirmar la conclusión final, de la misma forma que no hace falta creer que la Tierra es redonda para darle la vuelta.
En este sentido, se habla de experimentar más que de creer, convirtiéndose uno mismo en el “tubo de ensayo” para la investigación.
Por tanto, la respuesta al título de este post es que el Yoga es una ciencia porque sirve para “conocer”, sobre la base de la experiencia directa personal y siguiendo un método específico. ¿Conocer qué? A uno mismo, su propia naturaleza siempre permanente, dichosa y en paz dicen los sabios.
¿Alguien tiene dudas? Pues que se dedique a hacer las pruebas de forma dedicada y honesta y, si corresponde, que me traiga las conclusiones bien redactadas que sin problemas le publico el paper en el blog.
Naren Herrero es editor y autor del blog Hijo de Vecino, Un diario de viaje espiritual.
Ver el texto original con su edición e ilustraciones: http://hijodevecino.net