En las fotos individuales o grupales de expertos sobre la felicidad, todos, por oficio, tienen que mostrarse sonrientes. En eso no difieren mucho de las fotos publicitarias de los protésicos dentales o de los ortodoncistas. A través de la sonrisa hay que mostrar una felicidad o una dentadura perfectas. Escribe Joaquín G. Weil. Foto: FlorenPhoto.es
Bien, pues no sé qué nos toca de oficio en cuanto imagen a los que nos dedicamos al yoga: indumentaria, abalorios, estilismo, dejes y maneras… Al final un poco cumplir con una extraña imagen que no se sabe bien cuál ha de ser, pero que oscila entre atleta norteamericano, un barbudo swami indio y el Maestro Yoda de la Guerra de las Galaxias. Esto en cuanto a los hombres.
Por lo que respecta a las mujeres, la cosa se complica, o se torna más fácil, si se prefiere, puesal no haber tanto estereotipo todo es más libre, y con un buen turbante o un punto rojo en el entrecejo y unos ropones blancos, azafranados o pastel, o unas bonitas mayas y tirantillas multicolores, se va tan ricamente.
A veces algún principiante me ha preguntado: «¿Cómo hay que vestirse para la clase de yoga?». Y yo les respondo que como se quiera, pero con la camiseta metida por dentro del pantalón, para que no caiga sobre la nariz cuando hagan equilibrios sobre hombros, manos o cabeza. Esto me lo preguntan porque por ahí hay llamados profesores de yoga o de meditación que les exigen (más que sugieren) a sus alumnos que vistan de tal o cual color (hay para todos los gustos), o ceñido (¿para ver los músculos ?) o amplio (para no ver nada), con las perneras de los pantalones por debajo o por encima de los tobillos…
Por favor, seamos normales, estamos en Occidente, y si algo bueno hay aquí es la libertad, el respeto y la tolerancia. También ocurre que, debido a las traducciones y al tinte que en cada cultura van tomando las palabras, algunos conceptos yóguicos, traducidos al español, parecen puestos en boca de un cura párroco. Por ejemplo, santosha significa contento, pero no resignación, que sería lo contrario.
Jodorowsky contaba que estando en Nueva York, aquejado por una dolencia, consultó a un médico chino, que, para curarle, dijo necesitaba saber cuál era el objetivo en la vida del consultante. El gran psicomago se quedó algo perplejo. No es extraño. Gran parte de la población, por no decir la mayoría, vive una vida entera sin saber cuál es su objetivo en la vida. Si el lector o lectora pertenece pertenece a este mayoritario grupo, no se preocupe, se lo digo seguido: sentirte bien o mejor. En efecto, desde que nos levantamos por la mañana hasta que nos acostamos por la noche nuestras acciones suelen tener esta motivación. Vamos al baño, desayunamos y nos abrigamos para sentirnos bien o mejor. Trabajamos para conseguir dinero con que costear los bienes y servicios que nos hacen sentirnos mejor. Almorzamos, estamos con la familia o los amigos, jugamos con nuestras mascotas, cenamos y nos acostamos para sentirnos bien o mejor. Hasta cuando anteponemos el bienestar de otros al propio, también es, de algún modo, porque esto nos hace sentirnos mejor, tal como hacen madres y padres respecto a su progenie. Y practicamos yoga por el mismo motivo.
Habrá quien argumente que el objetivo final del yoga es el Samadhi, la Gran Liberación, la Iluminación mayúscula o lo que se quiera. Pero quien practica asanas, pranayamas y meditación, si se sincera ante sí, con la mano sobre el corazón, confía alcanzar, de algún modo, un mayor bienestar. Lo cual sería, sin duda, un gran logro o, al menos, un gran objetivo.
Tal es así que santosha es una de las principales orientaciones morales del yoga. Y lo es porque, como hemos dicho, hay personas que todavía no han aflorado plenamente a la conciencia este digno objetivo. Podrá argumentarse que bienestar, contento o felicidad no son lo mismo. Vale, pero si no son la misma cosa, son muy vecinas. Pues quien se siente contento desde luego no es infeliz.
El camino es la meta
La práctica del yoga es una herramienta maravillosa para alcanzar una mayor felicidad, alegría o contento. Y voy a explicar cómo y por qué, según mis criterios. Suelo aconsejar -incluso en esta serie de artículos de Yoga en Red en alguna ocasión- que una de las mayores fuentes de sabiduría es observarse en los estados de alegría, felicidad o contento que nos sobrevienen de modo espontáneo. Estos estados son un importante don para las personas y conviene sazonarlo con un poco de atención y conciencia. Observaremos en nuestros momentos de plenitud que nuestra respiración es amplia, serena y libre. Y nuestra posición física es relajada y cómodamente erguida.
Por el lado mental y emocional, nos sentimos generosos. Miramos a nuestros congéneres abiertamente a los ojos. Nos mostramos dicharacheros. Queremos compartir de algún modo nuestras buenas sensaciones. La práctica del yoga tiene que ver con todo esto desde el momento en que, al practicar asanas, queremos conseguir una posición física relajada y cómodamente erguida (o sea, feliz), con un tronco espacioso para el libre movimiento del corazón, el pulmón y todos los órganos internos. Por su parte los pranayamas nos permiten conocer y liberar la respiración para que sea natural, amplia y libre (es decir, serenamente alegre). Y, por fin, la meditación nos permite sondear en nuestros adentros la prístina y verdadera fuente de toda felicidad, sabiduría, amor y contento.
El sentido kármico es este: una mente feliz genera una posición física y una respiración que lo manifieste. Un cuerpo y una respiración felices generan una mente feliz. Ambos aspectos funcionan de un modo paralelo. Son la misma cosa. En ocasiones las personas conciben el karma (o el Universo) como un cambalche de causa y efecto. O sea, pretendemos reducir los misterios insondables del Universo a un cotidiano balance bancario. Cuando la acción es kármicamente positiva, se aúnan la causa y el efecto. En otros términos, quien hace el bien o lo bueno, es de inmediato la primera persona que recibe el beneficio. El camino es la meta.
Cuando sonreímos, sonreímos para fuera pero también para dentro. (En esto voy a darle la razón a los profesionales de la felicidad y a los protésicos dentales de las fotos, que de oficio sonríen contra viento y marea). Decía el filósofo Baltasar Gracián que sólo soplan buenos vientos para quien sabe a qué puerto se dirige. ¿Cuál es el norte de nuestra navegación a través de los días? El yoga nos asiste y nos orienta: felicidad y contento. Esta importante búsqueda de la propia alegría tiene relación directa además con el amor a sí propio. Como dice Anita Moorjani: para amar a los otros como a ti misma es necesario primero amarte a ti misma. Este es entonces el deber ético.
El contento no es tanto un logro como un objetivo. Por lo demás, todo tipo de acontecimientos de distinto signo jalonan nuestros días. Las tormentas de samsara estallan a cada rato. Pero, gracias al yoga, podemos enfocarnos hacia lo mejor, hacia el bien. Si tengo una piedra en el zapato no pretendo mantener una sonrisa de foto, porque no soy un protésico dental o un profesional de la felicidad, sino que me voy a un lado y me la quito, para poder andar mejor para delante, que se queda uno tan a gusto y hasta con una buena, bonita y amplia sonrisa.
Quién es
Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga, director de Yoga Sala Málaga y coordinador pedagógico del primer curso con acreditación oficial en España. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.
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