En occidente ya contamos con una segunda generación de yoguis. Son hijos de padres yoguis que se han desarrollado en un ambiente muy diferente. Eso sucede con Anand, hijo de Tomás Zorzo y de Camino Diez, pioneros ambos en la práctica y trasmisión del yoga en España. Es una entrevista de Isabel Ward para Yoga en Red.
¿Crees que tu infancia ha sido diferente al tener unos padres yoguis?
Me siento afortunado. De niño al volver a la escuela tras las vacaciones, mis compañeros contaban sus vivencias en la playa, con la familia… mientras que yo, lleno de orgullo, narraba mis experiencias en la jungla, con elefantes, monos… Describía la India. En occidente veía muchos peligros; juergas, drogas… El yoga fue siempre un camino de paz mental y luz. Al irme haciendo mayor fui dándome cuenta de mi gran suerte al estar aprendiendo junto a Pattabhi Jois en clases de 20 alumnos.
¿Qué destacas sobre la enseñanza recibida de tus padres?
A permanecer abierto, desapegado, sin miedo a la vida, permitiendo los cambios. Aceptar que nada permanece. Aceptarme a mí mismo sabiendo que mi yo tampoco es permanente. Me enseñaron que podía salir de esa burbuja mental a la que nadie escapamos; me dieron grandes herramientas para sobrellevar dificultades del camino como la pereza, la aversión, la duda… Me enseñaron a valorar que solo hay un yoga pero diversas formas, muy válidas todas ellas, de enseñarlo. A introducirme en una disciplina, el Asthanga, y desde ahí sumar, sumar… conociendo otras fuentes como el Viniyoga o el Iyengar.
Tu primer viaje a la India fue con tan sólo 4 años; con 8 fuiste el alumno occidental más joven de Pattabhi Jois…
Pasé una semana en Francia haciendo yoga con Guruji con 8 años, pero de ese momento mis recuerdos son difusos. Mis primeros recuerdos claros son con 10 años. Me resultaba difícil levantarme a las 4 de la mañana para practicar. Lo peor es que Guruji, como era el más joven, me ponía en medio de la sala justo al borde de las alfombras dificultándome la realización de ciertas asanas. Me sentía enfadado y molesto. Pero Amma, la mujer de Guruji, me reconfortaba con su trato dulce y cariñoso. Yo tenía miedo a Guruji, pues era un hombre alto con voz robusta que, como buen profesor, aplicaba disciplina en sus clases. Amma, su mujer daba ese otro contrapunto…
Fueron parte de mi familia. A la edad de 14 años, justo cuando estaba a punto de iniciar la segunda serie, caí enfermo de fiebre tifoidea. Me vi entre la vida y la muerte y estuve en el hospital inconsciente. Al despertar vi a Guruji y mis compañeros de sala rodeándome.
¿Cuándo te autorizó para la enseñanza?
Tras la enfermedad cogí miedo a la India, así que me dediqué a la práctica en España. Con los años empezó a resurgir en mí la necesidad de visitar India, pero esta vez quería hacerlo solo. Pasé un año de práctica muy intensa con mi padre, levantándonos a la 5 de la mañana para hacer pranayama y meditación. De él recibí las grandes enseñanzas, de forma tradicional, de maestro a discípulo. Eso me dio la energía suficiente para regresar a India y retomar seriamente mi práctica. Y así en el 2007 logré la titulación.
Aun habiendo aprendido en una de las escuelas más exigentes de Hatha Yoga, te has abierto a otros senderos. ¿Por qué elegiste Sivananda para obtener otra titulación?
También allí fui el alumno más joven… pero no lo elegí, fue parte de la educación de mis padres. Ellos se iniciaron con Sivananda y me dieron la oportunidad de abrirme a otras enseñanzas. Sivananda es muy bhakti, los cantos y la filosofía que hay detrás son muy humildes. La práctica del Hatha clásico tiene un poder transformador que yo pude experimentar y luego trasmitir en mis clases de Hatha como parte de la formación con mi padre. Ahí aprendí que debemos adaptar la práctica a la persona y no al contrario. Un principiante, por lo general, necesita más atención y una práctica progresiva.
¿Qué has sacado de tus etapas, dentro de la práctica, de luz y oscuridad?
Lo primero, es darnos cuenta de lo que nos está ocurriendo. ¿Cómo hemos llegado al yoga? ¿Cómo nos sentimos actualmente? Las causas por las que uno se acerca al yoga son muy diversas: una infancia difícil, poca autovaloración, un divorcio, una enfermedad, abusos de drogas… La práctica del yoga te centra en el presente mostrándote tu situación personal. Es como un catalizador de todas las situaciones que hemos vivimos.
Esas situaciones están arraigadas en nuestra mente y se manifiestan en el cuerpo. Cuando la mente está enferma, está donde no debe estar. La práctica de yoga libera… Y cuando día a día le das aire, todo acaba por salir. Eso hace que durante la práctica uno a veces ría y otras llore… Se trata de llegar a ser espectador, de no identificarse con lo que sucede en la mente o en el cuerpo, darse cuenta de una realidad más profunda que existe en nuestro interior. Somos algo más que huesos y pensamientos…
Cuéntanos más de tu aprendizaje, no de las asanas sino de otros aspectos del yoga…
Gracias a mis padres practiqué en el ashram de Osho en Pune. A veces el yoga de asanas puede resultar rígido y aumentar las tendencias a la rigidez y exigencias que los occidentales tenemos. Con las meditaciones dinámicas, los gritos, soltaba tendencias que me atrapaban desde niño, como la comparación ante los cuerpos tan esbeltos y las asanas tan perfectas que a veces encontraba en los asthanguis y que hacía que emergiera la sensación competitiva haciéndome cuestionar el sentido de la práctica. En Pune me enseñaron a soltar, a reírme de mí mismo… a liberar tensiones, conectando nuevamente con la esencia de la práctica del Asthanga. Fue una experiencia que me ayudó a mantenerme en mi camino. El Asthanga Yoga es el camino que me ha hecho fuerte.
¿Qué significa el yoga actualmente para ti?
Vivir en el no apego, integrar las enseñanzas del bhakti, del karma e incluso del gnana yoga… El acto del yoga es salir de nuestro ego y darnos cuenta de que hay un más allá. Recibimos un don. Hay personas que siguen en la oscuridad y que necesitan ayuda… Uno se da cuenta de que la felicidad no se alcanza por poseer más sino por poseer menos.
¿Cuáles crees tú que deben ser las aptitudes de un buen alumno?
No hay buen o mal alumno sino alumnos cuya mente está más atascada. Hay que tratar de acercarse a una nueva clase de yoga con el disco duro medio vacío. Solemos llegar con muchas expectativas e información de otras escuelas. Un buen alumno es el que viene con la mente muy abierta. Krisnamacharia decía que él era un alumno de yoga. Siempre recordarse eso: siempre somos alumnos y desde ahí abrirnos a la enseñanza que estamos recibiendo. Años atrás hice un viaje por el norte de India visitando distintas escuelas y practicando con diversos profesores. Había profesores con menos experiencia, con menos habilidad corporal o con menos conocimiento. Es fácil verse atrapado por el juego de la mente que puede decirte: soy mejor profesor, soy mejor practicante… Pero con esa actitud nos perdemos la enseñanza que la persona que tenemos enfrente nos puede dar. Hay que permanecer en una actitud relajada, porque toda persona que encontremos puede enseñarnos algo, y si nos dejamos llevar por nuestros condicionamientos permaneceremos en la oscuridad y no en la luz…
¿Y las cualidades de un buen profesor?
No sé, la verdad… Imagino que es la persona que está receptiva, muy firme en su enseñanza, consciente de su proceso personal, del proceso personal de sus alumnos. Por esto es importante que un profesor lleve años de práctica; en Mysore no titulan antes de cuatro años, dado que es necesario reafirmarse en la práctica. Es necesario pasar por distintos estados del cuerpo y de la mente para poder ver esos estados en los alumnos y entender su proceso. No se puede adquirir un título de yoga en un mes; para tener un buen huerto pasa mucho tiempo, hay que estar muy pendiente de la cosecha, y lo mismo ocurre con la práctica del yoga.
¿Qué es lo que tratas de trasmitir en tus clases?
Diversión aprendiendo a disciplinarse, cambio en el estado mental de cómo se entra a cómo se sale del aula, a observar la impermanencia de cualquier estado, a escuchar y respetar a los compañeros, a uno mismo, al mundo; y a buscar el acto de dicha y de gozo.
¿Crees que el Asthanga es una disciplina que se puede abordar con cualquier edad o cualquier condición física?
Hay que diferenciar entre el espíritu del Asthanga de la secuencia. La secuencia si es necesario hay que modificarla; el alumno puede tener una lesión física, puede ser mayor… quizás incluso pueda necesitar una tabla distinta. Un principiante debe ser estimulado, darte cuenta de lo que necesita… La práctica debe ser para nosotros,y no nosotros para la práctica.
A veces el Asthanga puede parecer un poco “superficial”, dedicado a la perfección del cuerpo, en busca de una asana más, de completar o terminar una serie…
La tabla es la herramienta pero no el objetivo. El profesor debe saber cuál es el objetivo de la práctica para trasmitirlo, y este es el de estabilizar la mente… Pero a veces tendemos a pensar que es perfeccionar la herramienta, y esto es un error. Si el cuerpo se siente enfermo y le exigimos, obviamente nuestro cuerpo va a sufrir. La herramienta debe ser aquella que nos acerque al objetivo de estabilizar la mente.
Algo que quieras trasmitirnos…
Que seamos felices… que la vida es corta y que el tiempo pasa muy rápido. Que para ser felices hay que mirar hacia dentro. Aconsejo las prácticas de pranayama y meditación para estabilizar la mente. El Asthanga yoga nos puede dar mucha vitalidad, sentirnos muy fuertes, pero si no estabilizamos la mente, podemos hacer la tercera serie de Asthanga y estar desequilibrados, sin haber entendido nada de la esencia del yoga. Para mí la meditación es un gran aporte para la práctica del Asthanga, y viceversa, y desde ahí soy capaz de ver la luz.
Isabel Ward, la autora de esta entrevista, es profesora de yoga y fundadora de Yoga Anandamaya. Comenta: «Este verano, que fue un verano de abrirme y de soltar, de dolor y de entrega, tuve la suerte de practicar con la madre de Anand, Camino, en una calle de Lanzarote llamada Isa. ¿Casualidad? De ella recordaré siempre una palabra: fluye. Pase lo que pase, Isa, fluye, no dejes de fluir. Gracias Anand, gracias Camino, por vuestra presencia».