Hay personas, en principio generosas y abnegadas, que tienen un pequeño runrún ahí atrás, en el inconsciente, como si la vida les debiera algo. También hay quien quiere negociar con el Universo o con quien lo gobierne, ofreciendo rezos, dádivas y sacrificios a cambio de la concesión de lo anhelado. Escribe Joaquín G. Weil. (En la foto, la profesora de yoga Valeria Boglietti)
Por mi parte, tiendo a pensar que si tal cosa como el «banco del karma» existe, estoy en permanente débito. Siempre es más lo bueno que recibo de lo doy o he dado. Estoy en permanentes números rojos de lo metafísico.
El concepto de «banco del karma» hay quien lo remonta al maestro Liaofan en la China del s. XVI. Y, como es fácil comprender, se trata de un débito y un haber. Sólo que no puede entenderse de modo burdo y superficial.
El ejemplo más extremo es la estomagante proclama publicitaria «porque te lo mereces», y que llama al egoísmo más ramplón. O sea, si te vas a tal o cual hotel-spa un fin de semana o te compras el coche de la marca patrocinadora es «porque te lo mereces». Reclamo que sin duda hará a cualquiera con recursos económicos (sin importar su procedencia), sentirse no sólo con dinero en el banco, sino como el rey del banco del karma.
Otra claúsula sería que esos beneficios corresponderían al merecimiento del pasado, estando hoy sembrando para el merecimiento del futuro que, sin duda llegará a plazo de vencimiento. De nuevo balanzas contables en estado puro. Y si algo nos está enseñando esta época incierta es que la así llamada «rueda de la fortuna», lejos de ser algo del pasado, sigue funcionando y eleva y abate a las personalidades y a los personajes (al fin y al cabo personas) de modo formidable. «Altas torres hemos visto caer».
Podemos contemplar el mundo y nuestra vida entera desde dos puntos de vista: desde el deseo o desde la gratitud. Desde el deseo no pinta bien, pues lo que queremos alcanzar o evitar es (según definición psicológica) infinito. Desde la gratitud pinta mejor, pues reconocemos el valor de lo que disfrutamos y está a nuestro alcance. Esto es mucho. Damos gracias por todo. No lo consideramos como un derecho sobreentendido. No voy a hablar ya de la luz del sol que disfrutamos con los ojos, o la incesante música de las cosas: brisas, aleteo de pájaros, espuma de los mares, etc. También el sencillo placer de pasear o saborear los alimentos humildes, como son el arroz y el trigo.
Los ciudadanos comunes disfrutamos de ventajas que ni los emperadores antiguos se atrevían a soñar, como son los adelantos médicos, o los modernos medios de transporte, etc.
Y qué decir de la cantidad inmensa de información que está a nuestro alcance a un sólo clic, y que en los tiempos pre-internet suponía largas peregrinaciones a las bibliotecas o costosas compras desde las librerías extranjeras.
No digo ya nuestros abuelos pero ni incluso la generación de nuestros padres apenas dispuso de la cantidad de técnicas y prácticas beneficiosas y útiles de las que ahora podemos disfrutar.
Tener la valiosa oportunidad de aprender y practicar yoga me parece una maravilla. Y más todavía en unión con magníficos compañeros. Igual con la meditación, el canto de mantras y otras tantas bendiciones.
La práctica del yoga y la meditación tienen la cierta virtud y efecto de depurar nuestro karma mucho más que, como afirma el credo hinduísta, bañarnos en las aguas del Ganges. Pues con la práctica yóguica cobramos la capacidad de observar nuestras sensaciones y sentimientos, y no dejarnos arrastrar por el samsara, las causas y los efectos exteriores, «como una brizna de hierba en un torbellino», sino que quemamos todo eso en el ardor de nuestra sadhana.
Yoga significa unidad o unión, que es la realidad, la comprensión de lo verdadero. La realidad es que todos somos Uno. La ilusión o el engaño consiste en creernos como burbujas separadas flotando en el aire y temiendo que el contacto excesivo con otros vaya a hacer estallar nuestra apreciada y frágil pompa de irrealidades.
Para concluir: somos parte del karma de otras personas. Y las otras personas (nuestros compañeros) son nuestro karma. Bendiciones para todos, que es como decir también para uno mismo.
Quién es
Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga, director de Yoga Sala Málaga y coordinador pedagógico del primer curso con acreditación oficial en España. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.
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