Lula es una de las personas más queridas en el mundo del yoga, por alumnos y profesores. Yoguini, budista, maestra en calidad humana, dice: «Un verdadero yogui es un ser que se da cuenta de lo que ha recibido y quiere ponerse al servicio de la sociedad para colaborar en el impulso de desarrollo de la humanidad». Entrevista Isabel Ward para Yoga en Red.
Lula Cañas imparte clases en Madrid desde el año 1992. Dirige la escuela de yoga Amanecer.
Titulada por la Escuela Sivananda, la Asociación Española de Practicantes de Yoga (AEPY) y la tradición ETY Viniyoga. Ha colaborado en la formación de profesores de esta tradición que dirige Claude Maréchal. Es formadora de Profesores de la AEPY y, actualmente miembro de su Comité Pedagógico.
Ella misma nos cuenta sus comienzos en el yoga:
«Siendo muy jovencita, en el campo, aislada de la ciudad y de lo que sucedía fuera de nuestras fronteras, mi tío me regaló un libro de yoga, y me impresionó tanto que empecé a practicar de forma autodidactica. Rápidamente me di cuenta de que había algo que se me escapaba, así que cuando regresé a Madrid, hace ya 30 años, lo primero que hice fue apuntarme a clases de yoga.
Desde entonces me entregué en cuerpo y alma a esta disciplina. Enseguida reconocí en el yoga mi camino, aquello a lo que quería dedicar toda mi vida. Mi andadura empezó con tal sed de conocimiento que no me cansaba de recibir enseñanza. En este sentido, la primera profesora con la que me sentí profundamente identificada fue Margot Paccaud, con la que terminé realizando la formación de profesores de yoga de la AEPY, a la que siguieron otras escuelas y maestros.
Un día asistí a unas jornadas de puertas abiertas en una escuela en la que, nada más entrar, me encantó la energía que de ella manaba. Unos meses después de ese primer encuentro me ofrecieron dar clases allí. Y así fue cómo me vi enseñando en distintas escuelas por la tarde, mientras seguí con mi trabajo de mañanas en la Administración durante varios años. Hasta que en enero de 1998 abrí en mi casa mi propia escuela de yoga.
Gracias a los impulsos de la vida, encontré y pude mantenerme en este camino. También por causalidad me hice formadora. Mi profesora, Margot, se puso enferma y me pidió que la sustituyera en una intervención a nivel nacional en la AEPY. En ese encuentro me aconsejaron que hiciera la formación pero, aunque yo sentía el deseo, dudaba de mi preparación y capacidad. Finalmente me presenté a los exámenes superándolos con facilidad. Esto me hizo comprender que a veces hay cosas en la vida que uno tiene que trabajar y otras que la vida te pone delante».
¿A quiénes destacarías como tus formadores o maestros?
La primera persona que destaco en mi formación es sin duda Margot Paccaud. Tenía el don de la intuición y del manejo de la energía, lo que hacía que en sus clases emanara una especie de vibración con las que nos impregnaba y nos hacía comprender la enseñanza. Sus sesiones te guiaban hacia la introspección y la meditación. Y eso fue lo primero que aprendí a dar a mis alumnos.
Entonces yo seguía trabajando en la administración y dando clases de yoga por la tarde, pero al mirar a mis alumnos sus cuerpos me trasmitían algo que no entendía, me faltaba técnica. Y la vida me trajo a una gran maestra de lo pedagógico, Sylvie Bignon, con quien profundicé en la corrección postural y en el sentido de las asanas.
Cuando completé este periodo y nuevamente por “casualidad” entré en contacto con la Asociación Viniyoga, cuya formación ha sido para mí reveladora tanto a nivel profesional como personal. A través de ellos he aprendido lo poco que sé de filosofía y psicología del yoga, al estudiar detenidamente los aforismos de Patanjali con profesores cualificados como Monserrat Serra y también de la mano de Claude Marechal, que es el director de la Asociación de Etyviniyoga en España. Nunca estaré lo suficientemente agradecida de haber recibido esta enseñanza. Aprendí también mucho de pedagogía, de cómo elaborar una sesión de yoga, de anatomía… Sus enseñanzas abarcan un gran abanico de aspectos muy importante de las enseñanzas del yoga.
Pero fue a través del estudio profundo de los Yoga Sutras como fui capaz de dar un giro definitivo y encauzar mi vida personal. A través de estos aforismos logré entenderme y encontré claves para ser partícipe de mi propia transformación. Al entenderme mejor, empecé a entender mejor a los demás y de esta manera me veo capaz de aportar claves, a quienes de mí lo necesiten, para dar ese paso de transformación consciente.
¿Cómo definirías el yoga que haces?
Mi yoga es una fusión de todas las enseñanzas que he recibido. Evidentemente mi enseñanza es ortodoxa, una mezcla de las fuentes de las que he bebido. Uno de mis valores ha sido y es la entrega a esta enseñanza y la apertura a recibir nuevas formaciones sin cargas anteriores, sin apegos, sin comparaciones…
La palabra yoga significa «unión». ¿Crees que este significado choca con una formación ortodoxa enmarcada dentro de unos límites definidos por un maestro concreto?
Esto me lo he estado cuestionando mucho porque soy de una naturaleza analítica, sobre todo cuando me he implicado más al hacer formación deseando dar a mis alumnos algo coherente para que lo genuino del yoga se siga manteniendo a través de los años, de los siglos, de las distintas generaciones.
Creo que ante todo es necesario el respeto ante las distintas tradiciones y personas, y si una persona es muy ortodoxa, valoro su ortodoxia porque quizás simplemente ha necesitado beber de una sola fuente para encontrar su desarrollo. También me he encontrado con personas más eclécticas, como Margot, que era tan coherente al integrar distintas enseñanzas que la trasmisión era muy enriquecedora, y yo he bebido de esa forma natural de integrar distintas enseñanzas.
La enseñanza del yoga fisico o hatha yoga, ¿consideras que se queda incompleta?
Una buena práctica de hatha yoga puede tener mucha trascendencia y espiritualidad, dependiendo de cómo se aborde esa práctica corporal y para quién. La práctica de Viniyoga habla de adaptabilidad y aplicación, que quiere decir enfatizar con la motivación y energía de cada individuo y ayudarle sin intervenir en su propio ritmo y forma de afrontar la enseñanza, dando por hecho que esta le llegará cuando esté preparado para recibirla.No se puede imponer algo que uno no siente como una verdad absoluta, es contraproducente.
Había un maestro que decía que pretender que el hatha yoga solo beneficie a nivel de salud física o psicosomática es dejar a este yoga a un nivel muy precario, porque el hatha yoga nos puede llevar a la vivencia de samadhi, a un desarrollo evolutivo pleno de la persona. Tiene maestros que han trabajado en trasmitirnos un camino de una práctica de hatha yoga muy profunda.
¿Cuáles son las claves para que ese trabajo de hatha yoga o yoga corporal sea profundo en una sesión?
Contemplar a la persona de forma holística. Por más que trabaje muy bien el cuerpo, éste está en relación con los estados internos, los estados anímicos. La mente influye en nuestra manera de sentirnos, en cómo nos colocamos, cómo vivimos una postura, cómo salimos de ella; hay una interrelación cuerpo-mente que es indivisible y a su vez la respiración y los órganos sensoriales, entendiendo que estamos proponiendo un tipo de práctica a personas que nos están desmembradas sino están integradas.
A nivel individual es más sencillo que a nivel de grupo. Un profesor tiene que saber pero no tiene que demostrar con palabras que sabe sino mostrar lo que es el yoga al hacerlo, no al decirlo. Si en las clases se crea un ambiente de interiorización, un ambiente que apacigüe la mente, si ofreces unas bhavanas (objetos de concentración que pueden ser físicos, mantras, respiratorios, sensaciones…) para que la mente esté concentrada y se mantengan en el aquí y en el ahora, la sesión puede tener connotaciones muy físicas o muy trascendentes que puedes adaptar a nivel de grupo o a nivel individual, convirtiendo una sesión en una experiencia muy enriquecedora.
Háblanos, por favor, de tu apertura a otras enseñanzas, como el budismo tibetano y de aquel a quien consideras tu maestro.
Cuando empecé en el yoga, el budismo era para mí una religión y yo en ese entonces me consideraba agnóstica. Creo que el yoga me llevó de la mano al budismo. Tras un divorcio, quise reflexionar, necesitaba recogerme para entender hacia dónde quería ir. No tenía dinero y me hablaron del templo tibetano de las Alpujarras en el que puedes acudir aportando tu trabajo. Fue en el 88 y desde entonces no se ha roto la relación; he explorado en otras líneas pero esta es la mía. Es un budismo bastante complejo y esto me ha llevado a tener dudas, pero he tenido la gran suerte de encontrar un gran maestro que me enseña tanto sobre la práctica espiritual concreta como de la práctica de vida; es un ejemplo vivo de forma de vida y de relacionarse con el prójimo.
¿Cómo se puede integrar a la vida moderna una práctica espiritual tan profunda viviendo en la gran ciudad?
Si no hay una práctica, no puede haber integración, y me refiero a cualquier tipo de práctica aunque sea pequeña, muy breve, a tu manera; no necesita ser una práctica tradicional. Pero sin esta práctica constante no hay sostén, desde mi experiencia. Hoy en día la vida que vivimos en la sociedad actual y en una gran ciudad necesita pararse. Y creo que es el motivo por el cual actualmente han aflorado practicas muy asequibles a la vida cotidiana, porque realmente necesitamos un soporte para entendernos mejor en la relaciones, para tener menos crisis interiores, para confrontarnos menos con el prójimo, para que no nos desborde la actividad excesiva que hay en una gran ciudad.
La práctica es imprescindible, aunque sea de cinco minutos, aunque sea muy sencilla y se realice en el autobús, como extremo. Una práctica que te lleve a conectar con tu esencia interior, que para mí es una actitud de respeto, de amor de calidad. En una sociedad en la que estamos continuamente interrelacionándonos, si no tenemos la capacidad de mirar al prójimo con una cierta calidad y calidez interior, las relaciones se vuelven muy difíciles, muy conflictivas, y eso nos dificulta la vida con los demás y con nosotros mismos, crea mucha intranquilidad y mucho dolor. Para mí el objeto de la practica es sobre todo para podernos relacionar mejor.
De lo que haces actualmente, ¿que te gustaría compartir con nosotros?, ¿que te enriquece y qué nos puede enriquecer a los que te estamos leyendo?
La fuente de la que diariamente bebo son mis alumnos, mi relación con ellos, el día a día con ellos. Esto es un gran estímulo para la superación y la entrega. Además, mi camino en el budismo con mi maestro es un pilar importante. Pero hoy en día lo que me resulta muy enriquecedor es participar en un proyecto en el que imparto clases de yoga en una prisión para mujeres, y esto me está resultando un trampolín de evolución.
Cuando das clases a un colectivo excluido socialmente, ¿qué les aporta está práctica a esas personas y al profesor que la imparte?
Cada vez que acudo a la prisión mantengo una entrevista con una alumna, y esto es muy hermoso. Me doy cuenta de que lo que encuentran en el yoga es un modo diferente de sentirse a sí mismas. Que a través de la práctica pueden descubrir una personalidad que desconocen, y esto les motiva e impulsa al cambio. Una de las chicas que tuvimos en clase y a la que le han dado la libertad nos dijo que nunca olvidará a las personas que influyeron en que se diera cuenta del camino de salida.
Para el profesor es tanto, tanto, tanto lo que recibe que no hay palabras ni horas para describirlo. Es un toque de corazón, un toque de consciencia. Sobre todo cuando hay una verdadera intención de abrirte a estas personas, porque es tanto lo que necesitan que con poquito que les des su entrega es total. Es cierto que del número de reclusas que hay, el tanto por ciento que vienen a clase es muy poco, pero de las que vienen el agradecimiento es tal que te saltan las lágrimas.
¿Aconsejarías esta práctica de servicio dentro de una formación seria de profesores de yoga?
Totalmente; para mí el yogui es un servidor. La evolución en el ser humano nos lleva a tomar conciencia de todo lo que hemos recibido. Cuando esto sucede, es tal la gratitud que nace la responsabilidad y el deseo de compromiso. Es algo que mana del corazón, porque uno se siente tan lleno por todo lo recibido que, al ver la necesidad que hay fuera, brota el deseo de ponerte al servicio. Yo creo que ese es un verdadero yogui: un ser que se da cuenta de lo que ha recibido y quiere ponerse al servicio de la sociedad para colaborar en el impulso de desarrollo de la humanidad, y una de las mejores maneras de impulsar este desarrollo es de que haya experiencias a nivel social que puedan favorecer esta trasformación y sobre todo en las personas más desamparadas, más perdidas.
Entrevista de Isabel Ward, fundadora y directora del centro Yoga Anandamaya, lleva 12 años dando clase de yoga. Se formó con José Manuel Vázquez, Amable Díaz, Danilo Hernández, Jorge Carballal y Lula Cañas, entre otros.