¿Cómo tocar lo intocable? ¿Cómo ver lo invisible? ¿Cómo hablar de lo inexpresable? Cuenta la tradición que el dios Shiva entregó el Yoga al hombre para que pudiera rasgar el velo que provoca avidya, la ignorancia, y así poder acceder al atma jyoti, la prístina luz del ser, del Atman, la cual deshace de inmediato todas las sombras y oscuridad provocada por el haber olvidado. Escribe Emilio J. Gómez.
Se dice que Shiva se fue a una playa para transmitir el Yoga a su esposa Parvatti cuando, en mitad de la enseñanza, advirtió que un pez contemplaba en perfecta inmovilidad todo el proceso. Entonces Shiva comprendió que aquel pez había captado el secreto más íntimamente y mejor guardado del Yoga: la inmovilidad.
Matsyendra había quedado completamente abstraído y absorbido por la enseñanza de Shiva. Gracias a tal inmovilidad se tornó consciente de sí mismo. Su consciencia fue lo que llamó la atención de Shiva. Y es que cuando la luz de la consciencia emerge, todo un nuevo universo surge. ¿Es nuevo? No, es el de siempre, lo nuevo es el ángulo desde el cual se lo contempla.
Cuando el principio dinámico –el cuerpo– se aquieta, el principio estático –la consciencia– emerge a la superficie y es posible tornarse consciente de la conciencia. Es en el fuego de la inmovilidad donde todas las impurezas acumuladas en forma de samskaras, impresiones latentes, serán eliminadas por agni, el fuego purificador.
Así pues, fue en ese momento y por un acto compasivo hacia la humanidad, que convirtió al pez en hombre, y llamándole Matsyendra, el pez, le encargó la misión de transmitir el Yoga a los seres humanos. De este modo, y según la tradición, fue como el Yoga descendió desde el origen divino hasta las capas más densas y profundas de la humanidad.
Matsyendra había captado el secreto del Yoga posiblemente sin sospecharlo tan siquiera. Hoy en día apenas quedan secretos vivos, pero si hubiese alguno aún con vida y que mereciera la pena conservar, sin lugar a dudas sería el de Kaja Sthairyham, el cuerpo inmóvil. Convertirse en una estatua que respira cuyo aliento ha quedado tan recortado que apenas es posible su percepción.
En ese momento es cuando el estado de la conciencia pura aparece inundándolo todo, derribando fronteras y límites, acallando mente y ego, extendiéndose sin límites hasta los confines del universo… En ese momento, la iridiscente luz de la consciencia se hace cada vez más y más intensa, hasta el punto de abarcarlo todo. En ese momento, el experimentador y lo experimentado quedan fundidos en la experiencia.
¿Quién queda?
Emilio J. Gómez
Es profesor de yoga de la Asociación de yoga Silencio Interior e imparte clases Hatha & Radja yoga en El Escorial (Madrid).
Más información: http://www.silenciointerior.net/