-Oiga, ¿hacen ahí formación de profesores de yoga?
-Bueno… depende…
-Le extrañará; en mi vida he practicado yoga ni he recibido una sola clase pero quiero ser profesor de yoga.
-Me extraña, sí, pero no puedo decir que me resulte raro. Ocurre con frecuencia.
Escribe Joaquín G. Weil. Fotografía Tony Otero.
Esta es una de tantas conversaciones telefónicas que uno mantiene dentro de la función que desempeña. Aunque la que batió todos los registros fue aquella otra:
-Oiga, ¿Joaquín G, Weil?
-Para servirle.
-¿Del centro de yoga y meditación YogaSala?
-Aquí mismo.
-Voy buscando algo y no sé que es. ¿Puede ayudarme?
Una vez una alumna me dijo que yo hago formación de profesores «a la antigua». Quise saber más al respecto. «Sí, porque no estableces un curso que tenga ese nombre, pero finalmente, alumnos tuyos con el tiempo se dedican ellos mismos a enseñar yoga. O sea, lo que ha ocurrido a lo largo de milenios antes de que se establecieran tales cursos en tiempos recientes».
Así es -pensé chasqueando los dedos-. Rafael Valencia, Isabel Martínez, Rafael Medina, Carolina Pino… entre los más cercanos, más por cualidades y méritos suyos, habiendo asistido durante años a mis clases, también acudiendo después a excelentes maestros de diferentes lugares, luego comenzaron ellos mismos a enseñar yoga. Eso sin contar otros profesores de yoga y profesionales de otras disciplinas que alguna vez asistieron a nuestras clases y que de algún modo, ojalá, recibieron algún provecho.
Pero, atención, no quiero ni mucho menos censurar a quienes establecen formaciones de profesores de yoga. En cualquier caso, hacen el bien de dar a conocer el yoga, como decíamos al principio, a personas que en su vida lo han practicado, pese a querer ser profesores de esta disciplina, motivo único por el cual se deciden ellos mismos a aprenderlo.
Ahora bien, para ser sinceros y exactos hay que reconocer que este tipo de personas que, sin una determinación genuina, acuden a los cursillos de la así llamada «formación» difícilmente podrán ser algún día verdaderos profesores de yoga. A este respecto es preciso colocar al principio, sobre el dintel de nuestra puerta el precepto del satya, la adecuación de las palabras a los hechos. Y de paso la orientación hacia el aparigraha, la no avaricia.
Al rebufo de los tiempos
La figura más sorprendente y cada vez más frecuente es la del autotitulado formador de profesores de yoga que él mismo no tiene alumnos generales de yoga, sino sólo profesores en formación. Él mismo no encuentra alumnos de a pie pero pretende que sus profesores en formación tengan luego mejor fortuna que él. No es cosa sólo de ellos sino que aquí estamos todos en el mismo barco de una situación laboral delicada. Numerosas personas no pagarían una mensualidad para realizar una práctica encaminada a su propia evolución, pero pagarían el doble o el triple para una supuesta formación que, en unos cuantos fines de semana, o en un cursillo «intensivo» de una o dos semanas, les haga pensar que pueden encontrar algún trabajo, en el más optimista de los casos, cubrir una baja en un fitness o dar clases al 50% en un gimnasio de barrio buscándose sus propios alumnos pegando con cinta adhesiva fotocopias por las esquinas.
Podríamos argumentar que aquí el yoga no hace sino secundar una tendencia generalizada en una sociedad en crisis como la nuestra. Cuántos costosos títulos se expenden en nuestras universidades cuyas probabilidades de conducir al ejercicio de la profesión que prometen son muy remotas: periodistas, arquitectos, arqueólogos… y un larguísimo etc. Por poner un ejemplo, un simple título universitario de capacitación pedagógica cursado y expendido por internet cuesta más de 3.000 euros, una cantidad que probablemente haga soñar a más de un así llamado formador de profesores de yoga.
Sin embargo, tal vez idealistas que somos, tendemos a considerar que el yoga no debería ir a rebufo de los defectos sociales, sino, por el contrario, convertirse en un modelo, que para eso pretende ser un camino de la evolución para las personas.
Qué absurdo afán el de querer aferrarse a algún título, identidad o condición. Nadie es «profesor de yoga». Para hablar con propiedad, enseñar yoga no es más que una función circunstancial y transitoria. Y sí, en efecto, se trata de un alto privilegio y de una seria responsabilidad. Como decía B.K.S. Iyengar, las mensualidades o donativos deben ser considerados más una beca que un sueldo, para aquellos que nos consideramos eternos estudiantes de esta ciencia.
Como ya se me acaba el folio, en un próximo artículo contaré cómo llegué a enseñar yoga, por si al lector le resulta de utilidad y si tiene suficiente paciencia para leerlo. Como decía aquel poeta malagueño: «Perdonad que hable de mí mismo pero es un tema que me apasiona y domino a la perfección».
Quién es
Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga y director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.
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