Joaquín G. Weil entrevista al pintor italiano afincado en Málaga, Valerio Arduino Gentile, sobre su reciente viaje a India, donde realizó impresionantes retratos de maestros de yoga ejecutando las más esforzadas asanas. Un viaje donde, como en la vida misma, hubo logros, dificultades, descubrimientos y desengaños.
Valerio, tú ya habías dibujado algunos mandalas, yantras y otros símbolos del yoga y la meditación, pero decidiste, en un momento dado, emprender un viaje yóguico y artístico por la India. ¿Cómo y cuándo empezó esa aventura?
El proyecto del viaje comenzó tiempo atrás, cuando en una exposición que hice en Nápoles, una norteamericana que trabajaba en Bollywood, me propuso ir a Bombay donde podría introducirme en ese mundo para realizar retratos y otros trabajos artísticos. Me pareció una buena oportunida para conocer India, país que me interesaba debido a mi práctica asidua del yoga. Compré el billete de avión, pero por un retraso ferroviario en el trayecto Nápoles-Roma, perdí el vuelo. La compañía Trenitalia me indemnizó con sólo cuatro euros. Había gastado gran parte de mis ahorros en aquel vuelo perdido. Así que acepté un trabajo como retratista en Dubai, como escala intermedia a India…
¿Cómo te fue en Dubai?
Allí comencé a pintar retratos de personas adineradas. En mi tiempo libre, en aquel mundo de rascacielos y autopistas sólo podía conectarme con la naturaleza en las playas, donde pasaba la mayor parte de mis ratos de ocio. Un día saqué un billete de metro hacia la estación más lejana, pensando que me conduciría al desierto. Pero aquel metro me condujo directo a un contaminado polígono industrial. En ese momento decidí proseguir el viaje hacia India.
¿Al llegar a India sufriste el típico shock de tantos viajeros en tu primer encuentro con el subcontinente?
Salvo el aeropuerto, Bombay me pareció un horror. Tanta contaminación era para mí irrespirable. Andaba por las calles con un pañuelo que me cubría el rostro con dos vueltas. A los pocos días escapé hacia Goa. Al tomar el tren lloré por la vida miserable de contaminación en la que viven tantos miles o millones de personas.
Supongo entonces que Goa te parecería un paraíso…
Goa colmaba mis aspiraciones de tranquilidad y de naturaleza. Pero pronto pensé que todo aquello sólo valía la pena si de algún modo podía proseguir con mis dos grandes pasiones: el arte y el yoga. El dueño del hotel donde me alojaba, que era un católico acérrimo, se empeñó en que pintara para él gratis la Última Cena, apenas a cambio de un par de semanas de estancia. Cada mañana regateaba los pormenores conmigo. Un día, caminando por la playa, vi a un hombre cuyo porte me pareció yóguico y le pregunté si conocía algún maestro. Me condujo durante kilómetros de marcha por la playa hasta un centro de yoga lejano, cuyo profesor estaba en vísperas de viajar. Hablé con él y le pregunté por otro «yoga teacher», puesto que él ya se iba. Me respondió que lo mirara en internet… Decidí irme al norte, al Ganges…
¿Allí por fin encontraste lo que buscabas? ¿Cuáles fueron los modelos de los impresionantes dibujos que hiciste?
Eran Guru-ji y Baba-ji de Rishikesh.
Pero Guri-jis y Baba-jis hay en Rishikesh un ciento...
Sí pero a ellos todos los conocían como Guru-ji y Baba-ji. Nunca supe sus nombres.
Comprendo… Viéndolos en esas difíciles posturas, uno se pregunta cómo podían aguantar los largos posados que requieren tan detallados dibujos.
Baba-ji tenía sesenta y ocho años y Guru-ji más de cien. En alguna ocasión les propuse deshacer las posturas, mientras yo dibujaba sus rostros o sus manos, para que no se cansaran. Pero descubrí, para mi sorpresa, que posar sin hacer una difícil posición yóguica era para ellos más aburrido y cansado. Por aquel entonces leí en un libro de la biblioteca del ashram que esas posiciones de yoga, difíciles al principio, otorgan una gran energía a quien las practica.
¿Cuánto tiempo estuviste dibujándolos en esas asanas yóguicas?
No lo puedo decir con certeza. Tanto ellos como yo perdíamos la noción del tiempo.
He visto en otras fotos una procesión de porteadores que en hilera llevaban en sus carritos de mano tus cuadros por las calles.
Sí, eso fue una «performance». Los porteadores no querían hacer el trabajo, porque consideraban que era una especie de transgresión, así que tuve que pagarles el doble. En efecto era una transgresión del sistema de castas indio. Mi idea era que diez porteadores, que pertenecen a una casta inferior, llevaran los iconos del yoga a lo largo del sagrado Ganges desde el lugar donde vivía Guru-ji, hasta donde vivía Baba-ji. Como no estaba muy seguro de la reacción de las autoridades, lo hice un día antes de marcharme a Nepal.
Y las autoridades reaccionaron…
A mitad del camino nos detuvo una patrulla de la policía que me condujo al cuartel. Allí me hicieron pasar al despacho del capitán. Era un oficial imponente con estrellas, condecoraciones y unos grandes mostachos. Me temía lo peor. Pero, para mi sorpresa, me pidió, casi me exigió, que le pintara un retrato. Había visto un artículo sobre mí en un diario local.
Te habías convertido en una celebridad de Rishikesh en tan poco tiempo…
Publicaron sobre mí dos artículos en un periódico en hindi. Además una televisión se interesó por mi obra poco antes de marcharme. No todo fue tan fácil. Tuve dificultades con los managers del ashram de Guru-ji, que no encontraban interés (monetario para ellos) en mi trabajo.
He visto que tu práctica de yoga ha evolucionado durante este tiempo. Me pregunto si alguna sabiduría o destreza caló en ti a base de dibujar a los grandes yoguis o si también recibiste allí lecciones de esos maestros.
La enseñanza del yoga es muy diferente en la India, a no ser que esté adaptada a los occidentales. Allí los profesores suelen ser más severos. Guru-ji enseñaba sólo en hindi. Un día, como no entendía nada, en vez de seguir su clase, me puse a practicar otros ejercicios y Guru-ji me golpeó estando yo naturalmente desprevenido. Luego quiso seguir golpeándome pero lo esquivé y salí para no volver más al ashram. Luego probé con Swami-ji y otros maestros, pero la perspectiva de recibir más golpes me impedía relajarme, así que me fuí a los Himalayas, a las fuentes del Ganges.
Y por fin llegó la paz…
No tanto… En algunos ashrams de allí arriba me exasperaba el afán comercial tan explícito de exprimir a los turistas que llegan con aspiraciones espirituales. Yo acompañaba a una profesora de yoga italiana. Me guió hacia unas termas o baños de aguas sagradas. Me inquietaba que a la puerta del establecimiento y conforme entrábamos sólo había hombres. Mi acompañante era la única mujer en cientos de metros a la redonda y además era hermosa. Cuando llegamos al estanque, descubrimos con horror que había habido una disputa por asuntos de dinero en la que un hombre había resultado herido. Con lo que las aguas del estanque estaban teñidas de sangre…
Tu relato me parece que no va a animar a muchos turistas espirituales a visitar la cuna del yoga…
Puedo decir que el viaje entero me sirvió; desde luego no me dejó indiferente. Supongo que, como tantos viajeros o peregrinos que llegan a los Himalayas o a la India, tuve que descubrir que la verdadera paz tiene cada cual que encontrarla dentro de sí mismo y luego transmitirla a las otras personas. Del mismo modo que, por mucho que los gurus, maestros o profesores nos asistan, finalmente cada cual tiene que practicar y conducirse a sí mismo. El viaje exterior es también un viaje interior. Volví a Europa con nuevas ideas, una mejor y más constante práctica del yoga y una buena colección de cuadros únicos que retratan en acción a varios genuinos maestros de esta milenaria ciencia.
En el facebook de Valerio puedes ver más fotos de su viaje a India:
https://www.facebook.com/valerio.gentile.716?fref=ts
Quién es
Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga y director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.