Creemos conocer el mundo a partir de nuestras sensaciones, pero resulta sorprendente darnos cuenta de que nuestros sentidos “nos manipulan”. Nos hacen ver, oír, sentir, oler, tocar, cosas que no existen. ¿En serio? Sí, las mismas sensaciones que nos informan de cosas que “creemos que nos están pasando” pueden estar engañándonos profundamente. Por Koncha Pinós-Pey para Espacio MIMIND.
Todas las ilusiones de nuestros sentidos se basan en nuestra necesidad infantil de dar explicación a la información que recibimos, fundamentalmente de los sentidos. Quiero decir que cuando nos equivocamos acerca de un olor, un sabor, o una visión no es el sentido el que está equivocado, sino la percepción que nosotros tenemos de ese sentido. Vivimos en un espejismo buscando certezas.
Más que “ver para creer”, los sentidos y las percepciones “creen para ver lo que quieren ver”. En la percepción de los sentidos influye la salud física y el estado de nuestra mente. Por ejemplo, si estamos embarazadas, nos encontramos a más mujeres embarazadas porque es lo que queremos ver. Si tenemos hambre y estamos haciendo dieta, nos fijamos más en las personas que se están comiendo un pastel por la calle, y nos parece que hay más personas que comen pasteles. Pero no es cierto. Nuestro estado físico influye permanentemente en nuestro estado mental, y eso determina cómo somos capaces de captar o no la esencia del sentir.
Vemos las cosas como somos
Los sentidos también tienen un rol importante en el desarrollo de la personalidad. Queramos o no, una personalidad perfeccionista o indolente puede apreciar más o menos una formula matemática. Una personalidad artística tendrá tendencias depresivas y apreciara más las obras de arte. La hipersensibilidad al sonido nos dotará para la música pero también nos hará más vulnerables al estrés. Las carencias o deficiencias sensoriales también moldean la personalidad del sujeto, hasta tal punto que una carencia se puede convertir en virtud.
El cerebro incorpora las sensaciones y construye redes de significado que construyen nuestra identidad. Cuando nos quedamos sordos, ciegos o mudos, en nuestro cerebro aparecen ajustes en otras aéreas. Por ejemplo, puede aparecer paranoia, depresión, o psicosis. Los sentidos no son solo flujos para la transmisión de información al cerebro, sino que forman una red de sinapsis, por donde interconectamos muchas experiencias.
Los significados que les damos a las cosas se graban en diferentes pistas de información. En función de eso también moldeamos nuestra respuesta. Por ejemplo, cuando vemos un cuadro inacabado, tendemos mentalmente a acabarlo. La mayoría de nosotros nos limitamos a ver la escena desde el exterior, sin implicarnos emocionalmente en ella. Es como si fuésemos todo el día con una cámara. De hecho, está demostrado que las personas que trabajan detrás de una lente son más objetivos y fríos que aquellos que no lo hacen, y también menos empáticos.
Somos dispositivos de sentidos, biológicamente luchando con un mundo en múltiples dimensiones; entre ellas, el tiempo. No tenemos forma de comprobar que el color azul que vemos sea el mismo color azul que ven los demás. Porque los canales sensoriales dependen de variaciones cerebrales como la visión, el oído, el olfato o el tacto. Además, para acabar de rematar el tapiz, nuestras sensaciones y percepciones dependen mucho de nuestros intereses.
El ojo está ligado a la mente
Para los cirujanos, el cerebro es una pieza de arte; para el artista, los detalles que ve no son vistos por el resto. Un matemático ve poesía en los números. Daniel Tammet, un sabio autista, ve los números con colores, formas, texturas y movimientos: los números están vivos.
La sustitución de una sensación por otra se llama sinestesia. Los niños son más sinestésicos que los adultos, pero van perdiendo estas capacidades a medida que se escolarizan.
Sabemos por la Neurociencia que los sentidos no tienen una separación rígida en nuestro cerebro. Cualquier área del cerebro para hacer sus cómputos y cálculos se nutre de otras aéreas. El cerebro es interdependiente, y es capaz de procesar muchos sentidos, muchas ideas y darnos la “falsa idea” de que está separado. Cuando perdemos un sentido, por ejemplo la vista, se agudiza otro. Es como si la energía que había en ese sentido se trasladase a otra área.
Lo que sentimos con nuestros sentidos depende de una compleja red de conexiones e interconexiones sinápticas dentro del cerebro, que se ven influenciadas por nuestra percepción de la experiencia. Por eso cuando estamos infravalorando el “sentir de otro” o el nuestro propio, en realidad estamos restando puntos al proceso del sentido más profundo de nuestras vidas.
Las sensaciones son muy importantes, porque configuran la masa de la que se nutren nuestros pensamientos y sentimientos. Escucha tus sentidos…