El Yoga de Todo

2014-01-16

«La ciencia no es suficiente, ni lo es la religión, ni el arte, ni la política y la economía, ni el amor, ni el deber, ni acción alguna por desinteresada que fuere, ni la contemplación, por sublime que sea. Nada sirve, como no sea el todo». (Aldous Huxley, La Isla) Escriben Eva Espeita y Víctor Gª Cruz. Foto Marta Espeita.

yogatodo

Lees, se encuentran tus ojos y estas palabras. Entre ellas, el universo de fenómenos que nos unen ahora. Un ahora en el que frases son lanzadas al aire; un ahora en el que frases son escrutadas por tus ojos. Presente. El aire que respiramos.

Lees: existes. Te das cuenta de este hecho una vez más.

[Pero, ¿Qué es existir?
¿Quién o qué existe?]

Una opción muy extendida es decirse: “Yo existo”.

Yo, y toda la cadena habitual que tan bien conocemos:

El Yo ignorante de su propia naturaleza, el Yo egoísta, el Yo que se piensa separado, el Yo que afirma poder poseer y dominar las cosas de las que se cree separado, el Yo que en ese mundo fragmentado va más lejos aún y se autoproclama poseedor de sí mismo, el Yo engreído, el Yo del conocimiento diseccionador (dialéctica, etiquetación, limitación, diferenciación…), el Yo de la constante dispersión en el recuerdo de un pasado y la proyección hacia un futuro (permanente evasión del presente), el Yo de la invención de un personaje: novela autobiográfica (ahora también disponible en Facebook y Twitter), el Yo atravesado por el apego y la aversión hacia las cosas, el Yo que goza y sufre con una sed insaciable de placer y un pozo infinito de dolor, el Yo esclavizado por sus deseos y su adicción al drama, el Yo y los miedos (miedo a la inseguridad, miedo a la soledad, miedo a la enfermedad, miedo al miedo…), el Yo y el gran miedo (que engendra todos los demás): el miedo a la muerte.

[Todo esto es parte de lo mismo: la cadena indisociable del Yo escindido;
cualquiera de sus eslabones implica por derivación todos los demás].

El Yo despedazado que vive despedazando y pagando con dolor las consecuencias de esa carnicería…

[El abandono del Todo.
Un trozo robado del Todo,
un trozo robado de sí mismo].

El Yo troceado, el Yo, es aquel que -tragedia imposible de creer- desaparecerá:

Yo cesaré de ser”

Tú morirás. Yo moriré. Todas ellas y todos ellos morirán. Todo Yo, para serlo, está necesariamente condenado a la muerte. Algún día…
… el final.

La finitud de un cuerpo físico, el recuerdo nebuloso del nacimiento, el abismo de espesa ignorancia abierto ante todo Yo cada vez que se confronta con este hecho incomprensible: existir, vivir en el vórtice del tiempo sucesivo en tanto que Yo, es condenarse a morir. “Yo existo en el mundo, en la flecha del tiempo hacia un futuro”. Si empezó, entonces terminará.

[He ahí la angustia primigenia].

Y, ante esto:
1. El miedo te paraliza, abandonas, flaqueas y entonces…
Puedes negarte a mirar ahí, renunciar a toda búsqueda y aferrarte con un entusiasmo desesperado a la distracción, a lo conocido, a las formas de placer publicitadas a tu alrededor, a “las cosas del mundo”. Puedes instalarte en la prisión de tus fluctuaciones mentales, cerrar los ojos con fuerza y bloquear cualquier intento de indagación. Puedes vivir en la absoluta obcecación por la banalidad (el gran fetiche de nuestro mundo). Puedes ser lo que ese mundo espera de ti: un receptáculo disperso de estímulos premasticados y preconcebidos para que te olvides de tu muerte (de tu vida), una mula de carga, avasallada por incontables trabajos sin sentido. Puedes vender tu vida al mejor postor, para luego comprar tu ocio (tu “tiempo libre”) en los mejores establecimientos. Puedes mantenerte ocupado; muy ocupado. Puedes hablar sin parar, consumir y emitir palabras (por dentro y por fuera) acerca de cualquier cosa y en cualquier momento. Puedes llamar “amigos” a otros Yoes con los que te asocias para que la distracción y la banalidad estén aseguradas. Puedes jugar a llamar amor al tedio, al fingir, a un entretenido cúmulo de micro-dominaciones, a un miedo atroz a la soledad (en soledad aparecen preguntas). Puedes hacer todo tipo de cosas para “matar el tiempo” y “echar el rato”. Puedes considerarte una víctima de la fatalidad y encontrar enemigos por todas partes. Puedes fingir que, realmente, crees que la vida no es más que el proceso de perseverar en este gran simulacro. Puedes hacer como si todo eso te interesara, y distraerte con todas tus fuerzas… hasta el día en que ceses de ser. Puedes intentar tapar al silencio con un ruido permanente. Puedes intentar tapar la muerte. Puedes renunciar a la vida.

O (y esta opción no es incompatible con la anterior)…

Puedes, si la distracción no te reconforta lo suficiente, o si el horror a la muerte resulta imposible de silenciar, intentar tranquilizar al Yo con promesas redentoras desde un dogma de fe. Puedes renunciar a cualquier forma de búsqueda y dejarte convencer por “La Palabra”. Puedes creer que ciertas palabras contienen en sí la verdad; no formular preguntas, pedir respuestas. Puedes creer. Puedes esconderte al abrigo de alguno de esos pastores que negarán el fundamento de la angustia primigenia y convencerán a tu Yo (con discursos depurados) de que existe un más allá en el que él seguirá existiendo. Sólo hay que abandonar cualquier pulsión que se aleje de los preceptos establecidos por el dogma, sólo tienes que inhibir cualquier cuestionamiento, sólo tienes que creer y obedecer, sólo tienes que devenir un legionario de la causa.

2. Tienes miedo pero necesitas comprender, no te dejas paralizar y…

Exploras desde tus capacidades hasta descubrir que no puedes dar respuestas, que no hay respuestas. Entonces, puedes revelarte y negarlo todo. Puedes romper el suelo a martillazos y caer en el nihilismo, en la negación de toda respuesta posible. Puedes revolverte contra la banalidad, contra la inercia y la complacencia, contra el servilismo y los dogmas. Puedes dinamitarlo todo. Puedes intentar romper también el suelo de los que te rodean, hacerles ver la insustancialidad de su existencia. Puedes confrontarte cara a cara con la ausencia de respuestas. Y, salvaje, proclamando el sinsentido a los cuatro vientos, puedes perderte en la destrucción por mor de la destrucción, en la búsqueda de la intensidad transgresora a cualquier precio.

O bien (y muy probablemente desde la postura anterior):

Exploras desde tus capacidades, escuchas en las profundidades del silencio, indagas en los laberintos de la paradoja y, finalmente, encuentras respuestas más allá del lenguaje, más allá de ese suelo roto de forma incisiva. Experimentas vivencias indecibles que, dando la vuelta a cualquier forma habitual de conocimiento, hacen que te descubras no-diferente a todo: el personaje se disuelve, contra todo pronóstico, en forma de éxtasis.

El lenguaje se desdibuja, las palabras no dicen nada. Las palabras comienzan a aparecer como catapultas y te propulsan más allá de sí mismas, más allá (más acá) del tiempo lineal. Escribo, lees: tus ojos dibujan en su mirar lo que mis manos esbozan con su movimiento. Escribes con tus ojos, las palabras fluyen en un presente eterno. Vivimos en un juego de sombras. Toda manifestación nace de un gesto creador. Todo es simultáneo. Tú y yo no somos diferentes. Tú y yo somos ahora, sin tú, sin Yo.

[Y reaparece la pregunta,
¿Qué es existir?
¿Quién o qué existe?]

Trascendemos el “Yo existo”, lo deconstruímos: existo, existimos, ello existe, sin Yo, existe el hecho mismo de existir, yo soy lo mismo que tú, yo soy tanto el objeto conocido como el sujeto conocedor, tan dentro que fuera, tan arriba que abajo, tan nada que todo. Puro tiempo, puro existir sin atributos (todos los atributos reunidos en el vacío de la totalidad).

[Todo es uno.
Mis ojos son tus ojos.
Todo es uno.]

Empezamos a vislumbrar algo: sólo se puede comprender el fondo de las cosas desde la perspectiva del todo. Y sólo se puede comprender cuando, de pronto, se comprende todo a la vez. Sólo desde el todo hay espacio para contemplar nuestra verdadera naturaleza, saber que nada nos pertenece, que la carne que habitamos (creada en la materia de este mundo) no es en absoluto nuestra, que no estamos separados de nada, que lo que llamamos Yo no es más que un modo del todo jugando a conocerse a sí mismo desde distintos ángulos. Y así, en el fondo (en la superficie) sabemos que no hay muerte, porque tampoco hay Yo. Nada desaparece porque nada aparece. Todo es, siempre, ahora.

Y sólo desde el ahora puede accederse a la perspectiva del todo (de la eternidad). Es por eso que la vía de acceso a la experiencia de unión, de no-diferenciación, no tiene forma, o dicho de otro modo, puede ser cualquier forma, siempre y cuando trascienda sus propios límites a través de la consciencia. Sólo hay una salvedad: acceder y mantener esta perspectiva requiere trabajo, mucho trabajo que, con la práctica, se convierte en una actitud permanente.

Aquí estriba (más allá de todo pseudomisticismo o exotismo orientalista) la gran fuerza y pertinencia de la tradición yóguica: el yoga es una disciplina extremadamente precisa y pormenorizada para acceder al presente puro (a la perspectiva del todo, a la meditación) desde cualquiera de los ámbitos de la existencia humana: desde el cuerpo (Hatha), desde la respiración (Pranayama), desde la voz (Mantra), desde el sexo (Maithuna), desde las plantas (Aushadhi), desde la devoción (Bhakti), desde la mente (Raja), desde el conocimiento (Jñana), desde el sonido (Nada), desde la acción (Karma)… Acceder al todo a través de lo particular, y trascender el Yo.

En sí, ningún particular es suficiente.
Las palabras, en sí, no son suficientes.
“Nada sirve, como no sea el todo”.
[la verdad sólo puede encontrarse
en la propia experiencia de lo innombrable].

Sin embargo, y aquí está la belleza del asunto [toda verdad reside en la paradoja], se puede acceder al TODO, a la no-diferenciación, desde cualquiera de sus ángulos. En sí, ningún particular es suficiente, pero cualquier particular (cualquiera) puede servirnos como vía de acceso al absoluto. Cualquier cosa puede ser una puerta: la ciencia del silencio, la religión del silencio, el arte (los símbolos) como puente a lo indecible, el amor como metáfora privilegiada de la reintegración de lo separado (lo dual) en su unidad primordial…

Y eso es el Yoga de Todo.
Unión radical con el absoluto
desde cualquiera de sus centros.

Yoga, más allá de la tradición particular de ejercicios preparatorios a los que solemos referirnos con ese nombre, significa unión. Alcanzar La Unión implica aprender a morir, morir entregadas a cada ahora y, por tanto, vivir. Dar muerte a la separación. Dar muerte a la constante autoafirmación de cada Yo como diferenciado, como Ego, como propietario, como víctima o dominador. Dar muerte a la beligerante pulsión de la ignorancia, al virus del egoísmo, a la adicción al mundo dramático de los apegos y las aversiones, a la angustia primigenia de ese Yo horrorizado ante la idea de su propia disolución. Aprender a morir es aprender a vivir. Aprender a vivir es abrazar la disolución, fundirse en el extático fuego de la no-diferenciación y, simplemente, ser. Serlo todo. Ser cada ahora. Ser sin Yo. Ser todo. Ser.

Una espaciosidad oceánica
reside en el centro de nuestro pecho
…y eso es la libertad.

Víctor Gª Cruz (Mrityunjaya) y Eva Espeita (Swamini Radhananda Saraswati)

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