Hasta anteayer los pequeños centros de yoga han estado promoviendo y enseñando esta ciencia milenaria entre la ciudadanía. Regidos por profesores que volvieron con este conocimiento de sus viajes a India, su ambiente cálido y personalizado aportaba el entorno idóneo para la práctica. Hoy en día son los grandes gimnasios o, en inglés, fitness centres, los que están tomando el relevo. Por Joaquín G. Weil.
Foto de Jorge Zapata: Isabel Martínez Guerrero y Be Pryce:
«Para realizar otros ejercicios hacen falta costosas instalaciones.
Para practicar yoga sólo haces falta tú
También algunos centros de yoga han crecido queriendo convertirse en cadenas de franquicias o licencias con marcas registradas.
A mi modo de ver, la esencia del yoga sigue siendo la relación maestro-discípulo. Hasta principios del siglo XX el yoga era enseñado en India mayormente de modo individual. Fueron los grandes patriarcas del yoga contemporáneo: Shivananda y Krishnamacharya y sus destacados discípulos quienes precisamente instauraron con éxito esta otra nueva manera grupal de aprender el yoga. Pero todavía BKS Iyengar en sus comienzos circulaba con su motocicleta con dos esterillas de lona de casa en casa enseñando yoga de tú a tú a sus pocos estudiantes.
Hace ya algunos años, en una conversación conmigo, un compañero profesor de yoga vaticinó, citando el precedente estadounidense, que los centros de yoga desaparecerían y que serían sustituidos por los grandes centros de fitness que ofrecen piscinas olímpicas, jacuzzis gigantes, baños de vapor y otros spas, salas de pesas y «maquinas» y un carrusel casi interminable de actividades «dirigidas», donde el alumno por algunas decenas de euros circula inacabablemente del gim-jazz, al tai-chi, de ahí al spinning, el stepping, y todo sudoroso ejercicio que quiera ponerse de moda acompañado por el chunda-chunda de una música, por así llamarla, atronadora. Y también, por cierto, en mitad de todo ese jaleo, el yoga…
Cuidado con esos vaticinios… Este buen compañero no tardó en cerrar su centro de yoga y marcharse a enseñar yoga a una salita en un gran centro de esteticién. Pero también atentos a lo que se nos avecina…
Hace un tiempo, asistí a la inauguración de uno de estos mega-centros de ejercicios en mi ciudad (una ciudad de tamaño medio, junto a la costa, rodeada de autovías, urbanizaciones y polígonos comerciales, llamada Málaga, España) quise comprobar cómo sería la cosa en un futuro próximo. Para mi sorpresa, las instalaciones no eran nada sutiles, sino que las salas de «actividades dirigidas», donde también se enseñaría yoga, estaban separadas por una endeble mampara de las ensordecedoras salas de pesas, bicicletas y otras máquinas donde, de un modo casi autista, los clientes mirando las pantallas de vídeo ponen su cuerpo a sudar, en mitad de los 40 principales, mtv y demás pachanga bullanguera.
Los monitores de yoga de estos gimnasios, algunos de los cuales han sido alumnos nuestros, son unos héroes. Se ven obligados por las circunstancias (en forma de jefes comerciales y cuadrículas de horarios) a enseñar en unas difíciles condiciones, a unos principiantes eternos, pues los clientes, con la ilusión (falsa) de aprovechar su dinero, circulan de actividad en actividad en un aturdido picoteo, para disfrutar de todas las actividades a las que tienen derecho. Y, dicho sea de paso, gracias a estos monitores, que, en ocasiones, también tienen que impartir pilates, bodybalance y lo que les echen, muchas personas que jamás se acercarían a un centro de yoga, tienen la ocasión de conocer, aunque sea vagamente, esta disciplina milenaria.
Pensé que así, tan burdamente organizados, los centros de fitness no podrían sustituir a los centros de yoga. Pero un pequeño detalle me llamó la atención en aquella inauguración a la que asistí en mi ciudad. Entre los muchos servicios: tienda de artículos deportivos, cafetería-restaurante, sala de estética y masajes, etc., vi una placa donde se mencionaba a los propietarios de aquel nuevo macrogimnasio. Se trataba un gran consorcio transnacional dedicado a la construcción. ¡Ejem! Esta era la nueva competencia para los viejos profesores medio hippies regresados de la India.
Ambiente chill-out y negocio
Aquel compañero antes mencionado decía que, en este aspecto, España acabaría como Estados Unidos, donde los bien informados ejecutivos, destacados por las multinacionales a dirigir los centros de fitness, habían aprendido, y ya separaban la zona de «bienestar» de aquella otra de la sudorosa batalla contra la grasa y por el cultivo del «volumen muscular». Habían aprendido a encender incienso, pintar las paredes de cálidos naranjas, colocar de rato en rato alguna lámina con el om o la flor de loto, situar a la entrada, como quiere el feng-sui, una pecera o fuentecilla, y reservar algún hueco para colocar sobre una peana, la consabida escayola con la figura del Buda, acompañado todo por un hilo musical de chill-out.
Para hablar de las motivaciones, lo que mueve a los viejos profesores a enseñar yoga es una determinación vital, un antiguo apasionamiento por alcanzar más luz y transmitirla a otros, por más que se hayan profesionalizado y convertido esta actividad también en su modo de vida. Lo que mueve a los gestores de los centros gimnásticos a incluir el yoga en su oferta comercial, es el afán de hacer negocio, por más que finalmente, de cualquier modo, el resultado sea beneficioso y saludable para el público, y su objetivo prioritario (ganar dinero) sea también respetable.
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En mi ciudad de algo más de medio millón de habitantes, sin contar con la zona periurbana, ya van, que yo sepa, ocho megacentros de fitness, más algunos otros de tamaño algo menor. Sé que con este artículo estaré abriéndole los ojos a más de uno. Estos conglomerados empresariales, fondos de capital riesgo y multinacionales que ahora comienzan a «gestionar» el yoga tienen también la capacidad de influir en los parlamentos y administraciones, y hacerse, en más de un aspecto, los trajes a medida. Veremos qué pasa en el futuro.
De momento el buen hacer de los maestros, el aprendizaje de los estudiantes y su práctica asidua, sincera y constante, desde hace milenios y todavía hoy siguen rigiendo el destino del yoga.
Ver artículo: http://www.diariosur.es/20120911/economia/dinero-empleo/negocio-fitness-saca-musculo-201209111248.html
Quién es
Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga y director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.
https://www.facebook.com/pages/YogaSala-M%C3%A1laga/536875809738211