Jeremy Rifkin, fundador y presidente de Foundation on Economic Trends, autoridad mundial en el tema de sostenibilidad económica, explica que estamos haciendo la transición hacia una era postcarbono y al borde de la creación de un modelo económico sostenible que marcará el comienzo de la “Era de la Colaboración”. Por Koncha Pinós-Pey para Espacio MIMIND.
La Tercera Revolución industrial será la última de las grandes revoluciones industriales y establecerá la infraestructura fundamental para una era de colaboración emergente y sinérgica. Su finalización supondrá el final de una era comercial de 200 años que se caracterizo por el pensamiento laborioso, los mercados empresariales y la mano de obra de trabajo de masas. Es el comienzo de una nueva era marcada por el comportamiento de colaboración, las redes sociales y la mano de obra profesional y técnica.
En el próximo medio siglo, las operaciones comerciales convencionales y centralizadas de la primera y la segunda revoluciones industriales serán substituidas cada vez más por las prácticas comerciales de la tercera revolución industrial, y la tradicional organización jerárquica del poder económico y político dará paso al poder lateral, organizando la sociedad en un sistema de nódulos sociales.
La producción lateral es una nueva fuerza mundial. Steve Jobs, uno de los grandes innovadores de su generación, nos habló de cómo los elevados costes de centralizar el poder y la toma de decisiones en un puñado de empresas globales eran tremendamente peligrosos. Los ordenadores, teléfonos móviles y los espacios sociales de internet han democratizado las comunicaciones permitiendo que cerca de un tercio de la población humana pueda compartir: música, conocimiento, noticias y la vida social en un campo abierto -jamás sospechado-. Esto ha marcado, en términos de neurociencia, uno de los grandes avances evolutivos de la historia de la humanidad. Las neuronas espejo nos han enseñado no solo como pensamos, sino como aprendemos o nos relacionamos… creando sinapsis con el medio.
Pero lo impresionante e imprevisible de este avance es solo la mitad de la historia. Las nuevas industrias de energía verde están mejorando el rendimiento, reduciendo los costes a un ritmo vertiginoso. Y así como la generación y la distribución de la información se está convirtiendo en casi libre, las energías renovables llegaran un día que lo serán también. El sol, el viento, la biomasa, el calor geotérmico y la energía hidroeléctrica estarán al alcance de todos, igual que la información, que es inagotable.
Los regímenes de energía han dado forma a la naturaleza de las civilizaciones, la forma en cómo se organizan y distribuyen los frutos del comercio, cómo se ejerce el poder político y cómo las relaciones sociales se llevan a cabo.
Para llegar a comprender la forma en que cambiará la distribución del poder económico en el siglo XXI vamos a dar un paso atrás para examinar cómo tomaron forma la primera y segunda de las revoluciones industriales basadas en los combustibles fósiles, reordenando las relaciones de poder a lo largo de los siglos XIX y XX.
Capitalismo distributivo
Los combustibles fósiles -carbón, petróleo y gas natural- son energías de elite, por la sencilla razón de que no se encuentran en todos los lugares del planeta sino en lugares particulares. Requieren de una inversión militar significativa para asegurar el acceso y la gestión geopolítica continua que garantice su disponibilidad. También necesitan sistemas de mando y control y concentraciones masivas de capital para moverse desde la clandestinidad a los usuarios finales. La capacidad para centralizar la producción y la distribución de la esencia del capitalismo moderno es crítica para el funcionamiento eficaz del sistema en su conjunto. La infraestructura energética centralizada a su vez establece las condiciones para el resto de la economía, fomentando modelos de negocios similares en todos los sectores al energético.
Prácticamente todas las otras industrias criticas que surgieron desde la financiación de la cultura moderna -las telecomunicaciones, automoción, energía, servicios públicos, construcción…- se alimentan en espiral de los combustibles fósiles, y fueron igualmente predispuestas a lo grande, con el fin de alcanzar sus propias economías de escala. Y al igual que la industria del petróleo, que requiere enormes sumas de capital para operar, se organizan de manera militar y centralizada.
Tres cuartas partes de las empresas más grandes del mundo son empresas derivadas de las petroleras Royal Dutch Shell, Exxon Mobil y BP. Debajo de las empresas energéticas gigantes cuelgan unas 500 empresas mundiales que representan a todos los sectores de la sociedad con ingresos combinados y cruzados, y que producen recursos de 22,5 billones de dólares, lo que equivale al PIB de un tercio de la población mundial. Todas están inseparablemente conectados y dependientes de los combustibles fósiles por su propia supervivencia.
La Tercera Revolución industrial emergente, por el contrario, se organiza en torno a las energías renovables distribuidas que se encuentran en todas partes y son, en su mayor parte, libres. Solar, eólica, hidráulica, calor geotérmico, biomasa y fuerza del mar y mareas. Estas energías dispersas serán recogidas en millones de lugares y seguidamente agrupadas y compartidas con otros a través de internet: electricidad verde continental para logar niveles óptimos de energía y mantener una economía sostenible y de alto rendimiento. La naturaleza distribuida de las energías renovables requiere colaboración, y no jerarquía de mando o mecanismos de control.
Este nuevo modelo energético lateral se establece en torno al modelo de organización de las innumerables actividades económicas que se multiplican en ella. Una revolución industrial más distributiva y colaborativa conduce invariablemente a un reparto más justo de la riqueza generada.