Existe una clara diferencia entre las civilizaciones antiguas que desaparecieron por una mala gestión de los recursos alimentarios y la nuestra, pues tenemos una comprensión científica clara de las raíces de la crisis y por lo tanto una mejor posición de partida para responder a ella. Caer en ella no es inevitable. La gran pregunta que me hago no es ¿cómo vamos a actuar?, sino ¿vamos a actuar de manera eficaz antes de que sea demasiado tarde? Por Koncha Pinós-Pey para Espacio MIMIND.
Muchas civilizaciones se hundieron en el pasado a causa de la escasez de alimentos provocada por prácticas agrícolas inapropiadas. La civilización sumeria por ejemplo se hundió porque su suelo se arruinó por el aumento de los niveles de salinidad y un fallo en el sistema de riego.
El imperio maya se redujo debido a la excesiva erosión de la tierra provocada por superpoblación. Ahora nos encontramos en una situación muy parecida, vislumbramos una grave amenaza para nuestro propio sistema alimentario, acuciado por el inminente cambio climático.
El colapso económico y social siempre viene precedido por un periodo de deterioro ambiental. Esto indica que en términos generales siempre existe un margen de tiempo en el que podemos actuar antes de caer al borde del abismo. Ahora estamos en una fase de declive y la necesidad de actuar con rapidez y decisión para preservar el sistema mundial de alimentos no se puede hacer esperar. Ya nos hemos retrasado demasiado. En la actualidad cerca de mil millones de personas sufren hambre crónica y la desnutrición. Si el sistema alimentario no produce suficiente comida para alimentar el planeta, millones de personas más, la mayoría de ellos niños, serán condenados a una vida plena de hambre, e incluso a la muerte por inanición. En los países afectados por la escasez de alimentos, el caos social aumentará y los disturbios por alimentos estarán a la orden del día. La migración se incrementará de los países pobres a los más ricos, lo que provocará una violenta oleada de resentimiento.
Evitar este destino trágico para el planeta exige cambios rápidos en nuestro sistema energético, una transición a una economía impulsada por los combustibles fósiles a una economía más pobre pero alimentada por fuentes de energía sostenibles. Casi al unísono debemos promover un mayor equilibrio entre el Norte y el Sur en un esfuerzo de colaboración para acabar con el hambre en todo el mundo. Estos cambios, sin embargo, podrían no realizarse debido fundamentalmente a que la base de nuestra actual escala de valores exalta los beneficios y la expansión económica, incluso destrozando los ecosistemas de los cuales depende nuestra economía. Nuestra cultura tiene que cambiar en lo fundamental, de ser una cultura consumista, que exalta el lujo y la competitividad, a una cultura que celebra la generosidad, la sostenibilidad, la justicia social y la integridad con la biodiversidad.
Compromiso necesario
El problema de la seguridad alimentaria se verá exacerbado por el aumento previsible de la población mundial de 7000 millones hasta 9300 millones de personas en 2050. Una población en crecimiento que ejerce más y más presión sobre el suministro mundial de alimentos, no solo porque hay muchas bocas que alimentar, sino también porque esas bocas forman parte de la cadena alimentaria. Mientras que las personas de las economías en desarrollo eleven su estatus social, estas exigirán una dieta rica en carne y productos lácteos. Producir un bistec de carne lleva consigo varios kilos de grano; las existencias de cereales se utilizan para alimentar al ganado al objeto de proveer carne y productos lácteos para los más ricos. Según el Instituto de Recursos Mundiales, a menos que los ricos limiten su demanda de productos animales, aumentará el 60% la demanda de los niveles calóricos con respecto al 2006.
La agricultura deberá estar facultada para alimentar a una población cada vez más grande. Tendrá que emplear métodos de cultivo que minimicen su impacto negativo con el medio ambiente. La agricultura industrial moderna daña el medio ambiente al menos de tres formas: primera, por la degradación de los ecosistemas, en particular a través de la desforestación y la pérdida de biodiversidad; segunda, por sus fuertes demandas de agua dulce (entre el 80-90 % del agua dulce del planeta es usado para la agricultura); tercera, porque mediante la emisión de grandes cantidades de gases de efecto invernadero estamos agravando el cambio climático. En la actualidad, la agricultura representa el 25% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Estos incluyen el metano de la ganadería, el oxido nitroso de los fertilizantes, el dióxido de carbono de la maquinaria, el transporte y el cambio del uso del suelo. La carne y los productos lácteos de producción producen mucha más cantidad de gases de efecto invernadero que los cultivos simples. Este es otro argumento de peso para reducir el consumo de carne.
Desde una perspectiva mindfulness, nuestro compromiso con preservar el medio ambiente es doble; por un lado, lograr obtener más felicidad a corto plazo -puramente por nuestro propio bienestar a medio y largo plazo- y también para promover el bien de los demás, por una preocupación compasiva en tanto que nuestras acciones pueden afectar a nuestros contemporáneos y generaciones venideras.
Preocuparse por el medio también puede ser considerado como parte integral de nuestros esfuerzos para eliminar la codicia, el odio y la ignorancia, por tanto las raíces del sufrimiento. Para superar la codicia, debemos reducir nuestra fascinación sin fin por los productos que devoran grandes cantidades de energía a base de carbón, y dejan a la Tierra en las ruinas. La lucha contra el odio implica abrir nuestro corazón al sufrimiento de cientos de millones de personas cuyo destino está marcado por nuestra indiferencia, por nuestra negativa a no querer cambiar hábitos nocivos, por no querer renunciar a una situación de privilegios con el fin de preservar la vida de los más. Y a la tarea de desarraigar demandas engañosas, sobre las ilusiones del mundo del consumo. Hay poderosos intereses que están invirtiendo las reglas de la seguridad alimentaria para todos, y profundizar en esas acciones es lo mínimo que debemos hacer si queremos que haya prosperidad y paz en el planeta.