Todo fluye, nada permanece. Todo transita, nada se detiene. Todo viene y parte, nada se queda. Y sin embargo, no sabemos ser fieles a la naturaleza del momento, fluir con el curso de los acontecimientos desde la consciencia y la ecuanimidad, saber tomar y saber soltar, dejarnos inspirar por el abierto y apacible espíritu del valle. Escribe Ramiro Calle.
La vida no es una fotografía fija. No es un diapositiva inmóvil. No es una escena que se detiene. La vida sigue su curso, es impredecible e imprevisible, es como el mercurio que no puedes coger con los dedos, como el torrente de agua que encuentra la manera de seguir su curso. Nada deja de estar sometido a la transtoriedad, pero cuando algo dura más nos engaña, como si fuera el más hábil prestidigitador, y creemos que es fijo, que dura siempre.
Lo fijo se endurece. La flexibilidad es vida, pero la rigidez es muerte. Lo fijo está en la mente, pero no en la vida. La mente acumula, endurece, se adhiere a viejos modelos y patrones, imita, no se renueva, carga con su fardo de traumas, complejos, frustraciones y heridas pscológicas. La vida cambia, pero la mente se agarra con desesperación a su jaula de ignorancia, avaricia y odio. La mente quiere detenerse en sus esquemas, en sus ciegos y mecánicos modelos de pensamiento, en su culpabilidad, su desdicha, su rencor y su necedad. Los años discurren y la mente se niega a cambiar.
El hatha-yoga clásico se sirve de la detención consciente durante las asanas, pero para asi luego en la vida diaria ser más fluido física y mentalmente. La peor rigidez es la mental. La peor fijación es en los propios puntos de vista sin tener ojos para apreciar los de los demás. La meditación es detención consciente, para morir a la mente vieja y nacer a la mente nueva. No se trata de seguir aprendiendo y acumulando, sino de desaprender para que se revele lo más hondo y genuino de sí mismo. Nada hay tan fijo, tan poco elástico como el ego. El ego encapsula; el Ser expande. El peor lado del ego es el que apoya el orgullo espiritual; el peor narcisismo es el que te hace creer que tú sabes y los demás no saben. Así es fácil ir de guru, cuando en realidad uno se convierte en un catacaldos. Aferrarse a las creencias, ser dogmático e impositivo, es una de las más insanas y destructivas fijaciones. La vida no sabe de dogmas.
Despertar no es una idea
Cuando una habitación no se ventila, su atmósfera se enrarece. Cuando el agua no fluye, se vuelve sucia y maloliente. En el trasfondo de la mente hay pus que liberar; en la trastienda de las emociones, hay fango que limpiar. La idea del despertar es una idea, una más. Hay que despertar. No se trata de una idea fija. Nadie despierta con la idea del despertar. Hay que poner todos los medios para irlo consiguiendo.
Lo fijo se oxida. Lo fluido siempre permanecece en su inspiradora frescura. Un amor que se fija no es amor, sino una obsesión. El amor se expande, fluye, se irradia. Nunca se detiene, no tiene límites.
Porque todo fluye, hay tres cosas que nunca pueden recuperarse: la flecha disparada, la palabra dicha y la oportunidad perdida. Porque todo fluye, Buda se encontré con el enemigo que el día anterior le escupió y le sonrió ante su sorpresa, diciéndole: «Ni tú eres ya el que me escupió ni yo el que recibió el escupitinajo». Así no hay lugar para el afán de venganza, el rencor, el odio que se fijan en el alma y le impiden renovarse.
Si todo fluye, todo transita, todo muda, ¿de qué podemos estar seguros? De nada. Tanto más seguros queremos estar, más inseguros estamos. Más nos entregamos a la inseguridad, más seguros nos sentimos. A la sabiduría de la fluidez hay que añadirle la de la inseguridad. Todo es incierto, todo es en cierto modo un despropósito, pero se puede vivir con consciencia y ecuanimidad o ciega y mecánicamente. Como decía Tennyson: «La uníca seguridad yace en la inseguridad». La inseguridad es segura. La impermanencia es fija.
El conocimiento es fijo: acumulación de datos, información, saber libresco, erudición. A nadie cambia. La Sabiduría es movible y reveladora. Una biblioteca es algo fijo, pero la vida es movimiento. El que se detiene psquicamente ya está muerto, pero no es la muerte para renacer, como va logrando la practica de la meditación, sino para morir en vida… ¡y qué peor muerte puede haber! Los conceptos nos bloquean; las creencias nos disecan. Nos volvemos torpes y pusilánimes, y entonces comenzamos a utilizar amortiguadores psíquicos, autoengaños, todo aquello que aún nos fija más y nos impide ser fluidos, naturales, hermosamente intrépidos.
En lo fijo hay una aparente seguridad que no es tal. Es una alucinación. Más autodefensas narcisitas, menos defendidos estamos. Si te detienes montando en bicicleta, te caes. Si el funambulo se agarra al alambre aterrorizado, no logra cruzarlo.
Si no nos vaciamos interiormente de algo, nada puede entrar. Nos cerramos a la energía sutil. Nos volvemos un disco de vinilo repitiéndose incesantemente. Siempre el mismo disco. Nos hacemos toscos, nos embrutecemos, dejamos de sorprendernos con la imprevisibilidad, la impredecibilidad y la inseguridad de la vida.
¿Dónde hallar refugio? No contesto yo, sino él, el Despierto, el Buda: Dentro de ti mismo.
Ramiro Calle
Más de 50 años lleva Ramiro Calle impartiendo clases de yoga. Comenzó dando clases a domicilio y creó una academia de yoga por correspondencia para todo España y América Latina. En enero de l971 abrió su Centro de Yoga Shadak, por el que ya han pasado más de medio millón de personas. Entre sus 250 obras publicadas hay más de medio centenar dedicadas al yoga y disciplinas afines. Ha hecho del yoga el propósito y sentido de su vida, habiendo viajado en un centenar de ocasiones a la India, la patria del yoga.
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