Mis monstruos domésticos

2013-06-10

Con la expresión «mis monstruos domésticos» no me refiero ni a mi perro ni mucho menos a mi suegra que, por otra parte, son un buen animal y una excelente persona respectivamente. Me refiero a esos aspectos nuestros que detestamos o tememos, o que, en suma, no queremos ver. Escribe Joaquín G. Weil. Foto Victoriano Moreno.

Monstruos (Foto: Victoriano Moreno)

A este propósito, voy a contar tres episodios oníricos, uno de los cuales estuvo soñado por mí mismo.

Un señor de mediana edad sueña que un monstruo le persigue. Como suele ocurrir en las pesadillas, se siente con las piernas como trabadas, mientras que la bestia corre veloz hasta que le atrapa y le agarra del cuello. El hombre se despierta sofocado con sus propias manos aferradas al cuello.

Esta anécdota suelo contarla en mis clases de yoga para ejemplificar que las tensiones que nos encorsetan o atenazan no pueden estar provocadas sino por nosotros mismos, por cada cual, como es lógico, puesto que no hay nadie más allí. La buena noticia es que si es la propia persona la que causa las tensiones que padece, en su mano está el liberarse de ellas. Sólo se precisa conciencia.

Este sueño también tiene la lectura de que los monstruos de nuestras pesadillas en realidad son manifestaciones de nosotros mismos. Del mismo modo, por la razón de que no hay nadie más allí que pueda causarlos.

El segundo caso: una niña le cuenta una su amiga que todas las noches sueña con un monstruo que la persigue. La amiga le pregunta: «¿Y cómo es el monstruo»? La niña se sorprende de la pregunta y se sorprende más todavía de que, en efecto, después de haber soñado tantas noches con él, no tiene ni idea de cómo es. Ahí quedó la conversación. Esa misma noche vuelve a soñar con el monstruo que le persigue mientras ella corre despavorida.

Pero de repente, dentro de la pesadilla, recuerda la conversación de la vigilia. Ahí la curiosidad le puede y se gira a mirar a su perseguidor. El monstruo, como no cabía esperar menos, es espantoso: una pelambrera hirsuta y polvorienta, cuernos retorcidos y unos colmillos que le hacen roscas hasta las orejas. El bicho gruñe feroz, hace espantables mohines y alharacas. Al ver aquello, la niña sigue corriendo a más no poder. Pero jamás volvió a tener el mismo sueño.

Esta anécdota la suelo contar en las clases y talleres de yoga y meditación que imparto, para ilustrar la necesidad de arrostrar y mirar con serenidad y claridad aquello que tememos. Por ejemplo, cuando hacemos el medio pino, mirar cómo los pies suben por la pared arriba. Es la fuerza del dristi, la mirada firme.

Un poderoso antimiedo

Dicen que los avestruces, cuando tienen miedo, esconden la cabeza bajo tierra o debajo del ala. Tengo leído que, según los zoólogos, esto es una difamación tremenda de esa digna especie. Los avestruces, cuando sienten el peligro, lo que hacen es mirar por dónde esquivarlo.

En la naturaleza la respuesta de los animales puede ser esta. Las personas tenemos además otro instrumento para superar los miedos. Se trata del conocimiento.

Una vez soñé que en una esquina, a lo lejos, había una figura entre tinieblas que me miraba fijamente. Por desconocida, la temí, claro está. Pero la curiosidad me venció y avancé para ver más de cerca qué era aquello que parecía tan espantable desde lejos.

Y en efecto, como el lector sagaz tal vez haya averiguado, aquella figura temible era mi propia imagen reflejada en un espejo, tal cual, sin misterio. Qué gran lección: no hay nada más inoperante y absurdo que temerse a sí mismo.

El conocimiento nos ayuda a amigarnos con aquello que detestamos o tememos. Por eso, como recomendaban los antiguos, es necesario conocerse mejor a sí mismo. El yoga y la meditación nos pueden asistir en esta tarea. En el núcleo duro de las filosofías de Oriente está la convicción de que en nuestra esencia se atesora la bondad más prísitna y la más alta sabiduría. Los aspectos personales que rechazamos o tememos son como los dragones de piedra a la entrada de un templo: feroces en apariencia pero a la postre inofensivos espantajos que custodian los tesoros de dentro.

Joaquin Garcia Weil (Foto: Vito Ruiz)Quién es

Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga y director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.

http://yogasala.blogspot.com