El año 78 del siglo pasado visité por primera vez un centro comercial en los Estados Unidos. Yo iba dispuesta, tras cuidadosas reflexiones, a cambiar mis viejas Paredes por unas Adidas, prácticamente la única marca americana conocida en España y por tanto lo más en zapatillas deportivas. Escribe Luisa Cuerda.
En las decenas de tiendas de deporte del OMNI de Miami vi que lo más era solo una entre montones de marcas diferentes, para todos los gustos, todos los precios, todos los deportes (y de pronto, como un rayo, un eslogan publicitario –Just do it– que me hizo abrazar para siempre la «secta» Nike).
Cuento todo esto porque aquella fue la primera vez que entré en contacto con una desmesura desconocida entonces en España, y que hoy amenaza la ya muy frágil salud mental de nuestra sociedad. Y esa desmesura, como no podía por menos de suceder, se ha instalado también en el ámbito del yoga, ese darshana que ha sobrevivido durante más de 2.000 años a casi todo y que corre el peligro de morir de éxito asfixiado por conceptos como terapia, relajación, energía o buen rollo.
Podríamos buscar el motivo del fenómeno en lo mismo que a mí me sobrecogió de asombro a mis 20 años: la abundancia de posibilidades de consumo, y la consiguiente competencia entre las empresas que han decidido hacer del yoga un negocio lucrativo. Hace ya tiempo que decidí no entrar a juzgar, en lo personal, esa manera de situarse ante el yoga, pero sí me interesan y me apenan sus efectos sobre la persona que se inicia en el camino y a la que se bombardea con declaraciones tan estupendas como insostenibles. Una de ellas es la de que «Todo es yoga», lema que en el mejor de los casos requiere muchísimas matizaciones y que sin embargo es proclamado como axioma por personas que están en situación de crear opinión y por tanto distorsionar la esencia de uno de los sistemas filosóficos mejor definidos, delimitados, organizados, sistematizados, experimentados y eficaces que existen.
Es propio del ser humano restar importancia a lo que no le ha costado esfuerzo adquirir, y, hasta el momento y con pocas excepciones, la transmisión del yoga en occidente ha descuidado el importantísimo aspecto de un abordaje riguroso de su base filosófica, que es como decir de la luz que lo ilumina y le otorga sentido. Y de la misma manera que menospreciar el espíritu humano da como resultado una humanidad roma, incoherente y ridícula, menospreciar el espíritu del yoga da como resultado una disciplina tan absurda e incompleta que tiene que valerse de mixtificaciones cada vez más extravagantes para atraer a potenciales clientes en competencia con otras opciones del mercadillo de la Nueva Era, donde la permisividad y las interpretaciones superficiales, interesadas y etnocéntricas de las grandes corrientes de pensamiento oriental constituyen un dumping difícil de superar.
Hacia la libertad o la autocomplacencia
Nadie que haya dedicado tiempo y cariño a estudiar yoga dictaminaría ex catedra que «todo es yoga». Porque esa persona, que habría hecho el esfuerzo y habría tenido el inmenso placer de memorizar, estudiar e interiorizar las bases filosóficas de lo que es su camino (y muchas veces su oficio), sería capaz de honrarlo, honrarse y honrar a los demás transmitiendo la clamorosa diferencia que hay entre la senda hacia la libertad y la senda hacia la autocomplacencia.
Existe, para alegría de quienes quieran conocer las claves de ese importante discernimiento, un pequeño libro que señala la distinción entre lo que es yoga y lo que es todo lo demás. Está rodando por el mundo hace unos 2.000 años, tan delgado y tan breve entre lujosas encuadernaciones de complicados productos de mentes eruditas. Fue escrito, en una época de castas y de implacable patriarcado, para todos y cada uno de los seres humanos de todos los tiempos con independencia de su credo, su sexo, su raza o su condición. Su autor, caído del cielo a las manos de una humanidad perdida que suplicaba ayuda, está rodeado de leyenda, que es una forma poética de anonimato. El Yogasûtra de Patañjali dice en el sûtra 32 del capítulo I que para superar la angostura y el desasosiego físico y mental propios del ser humano debemos comprometernos a practicar siguiendo un solo principio (eka tattva abhyâsa). Es un principio claramente sistematizado en ocho miembros, cuyo abordaje y sentido están definidos sin dejar lugar a dudas a lo largo de los 195 sûtras que componen el libro.
Hay, en mi mente, un hilo de luz que une las palabras Just do it, con ese eka tattva abhyâsa. En el año 78, gracias a un anónimo publicista, me di cuenta de que, para ponerme en camino tenía que hacer solo lo que tenía que hacer y no otra cosa. Treinta años después, gracias a un anónimo mensajero de la luz, capté la dimensión vertical de ese camino. Todo es experiencia, pero no todo es yoga. No todo vale si lo que se quiere es llegar a un lugar determinado. Es algo que se supo y se ha olvidado. Y tal vez ha llegado el momento de recuperar la humildad y la devoción necesarias para volver a decirlo.
Luisa Cuerda es profesora de yoga. Alumna del Post Graduate Yoga Training (2012-2014) en la tradición de Srí Krishnamacharya. Escritora y coautora del proyecto Mettacuento.