Hace pocos meses que Isabel Ward ha logrado reabrir su centro Anandamaya, tras muchas batallas y dificultades. Este verano tuvo que irse del espacio de unión que había creado en los bajos de la parroquia de Los Sacramentinos de Madrid, porque la autoridad eclesiástica, instigada por la ultraconservadora cadena Intereconomía, cerró el recinto y trajo un nuevo párroco,
Casi lleva 12 años dando clase de yoga. Se formó con José Manuel Vázquez, luego con Amable Díaz durante cinco años “Es una especialista en pedagogía, y con ella aprendí mucho”. Y siguió investigando métodos, estilos, maestros, tanto en India como en España: Yoga de la energía, Yoga egipcio, Kriya Yoga, seminarios en Madrid, Barcelona, Suiza. “Aprendí mucho también de Danilo Hernández, tanto en Hatha como en Radja yoga”. Hoy, además de dar sus propias clases de Hatha, practica Ashtanga en Mysore House y estudia Yoga Sutras con Lula Cañas.
Isabel Ward ha logrado abrir un nuevo centro de yoga en Madrid, Yoga Anandamaya, después de tener que cerrar el que se alojaba en la parroquia de “Los Sacramentinos”, Retiro Anandamaya, que era una asociación en la que además de yoga y meditación, ofrecía conciertos y actividades de enriquecimiento espiritual.
Isabel, lograste hacer realidad ese sueño de unidad del yoga en torno a diferentes caminos espirituales. ¿Cómo surgió Retiro Anandamaya?
Nunca me he considerado una persona católica, como tampoco me encuadro en ningún credo. Pero para mí una persona muy cercana fue José Cruz Igartua, un buen vasco, expárroco de la Parroquia del Santísimo Sacramento (conocida como Los Sacramentinos), un ser completamente abierto que acoge dentro de su fe a cualquier persona de cualquier condición, religión, categoría o pensamiento y trata de inducirla, por el camino del respeto y el conocimiento de uno mismo, hacia el respeto y el conocimiento de los demás. Gracias a él y a que el coraje es una de mis “habilidades”, creé la asociación en los bajos de esa fantástica iglesia enfrente del Retiro, un lugar de una espiritualidad maravillosa.
Allí me puse manos a la obra, con un grupo de amigos, un arquitecto técnico, ingeniera, decoradores, electricistas, para crear un espacio holístico que removiera las barreras creadas por “este es mi credo”, “esta es mi verdad”, para encontrar un sentido único, la unión entre todos los seres humanos, la unión en la dualidad que tenemos dentro.
Abrimos el espacio para la música, como inductora a ese espacio interior en donde todo está en calma y en el que conectamos con la conciencia y dejamos de cuestionarnos cosas para dejarnos ser, fluir. Los cuencos tibetanos, la tampura, el bansuri, el hang, la voz, la danza… Y también invitamos a maestros sufís, vishnuitas, advaitas, zen, derviches, maestros vipassanas…. Porque cada una de estas vertientes hablan del ser humano y no se diferencian apenas las unas de las otras, pues todas buscan llegar a ese espacio interno donde los pensamientos fluyen sin enredarse.
¿Cuánto duró la experiencia y cómo acabó el verano pasado?
La experiencia duró tres años. Para mí fue una época bonita pero también dura en algunos sentidos. Entrabas en el espacio de la asociación y era una desconexión absoluta con la ciudad, como pasar de un mundo a otro. Jose, el párroco, fue un pilar fuerte en su entereza interna, en su verdadero sentido de lo que es la fe y la confianza. Porque cuando empezamos había católicos radicales que no estaban de acuerdo con lo que hacíamos, y todas las mañanas teníamos que limpiar las pintadas que nos hacían en los tablones de los horarios, con frases como “Esto no es de Dios”, etc, etc. Cuando te levantabas a las siete de la mañana para ir a meditar y llegabas allí y te encontrabas con eso… mi entereza no era la de Jose. Pero allí estaba él para recordarme: “Nosotros lo único que tenemos que hacer es meditar, nuestra labor es el silencio”. Hasta que un buen día dejaron de aparecer las pintadas, aunque siempre quedó gente que siguió opinando que hacíamos mal, que no respetábamos el lugar. Entre eso y que algunos estaban esperando pequeños fallos para echárnoslos en cara, las controversias fueron en aumento.
Se empezó a criticar toda la labor que hacíamos. Un cartel que habíamos puesto en la entrada que decía “Cuida tu mente, cuida tu cuerpo, cuida tu espíritu” levantó la ira de un comentarista de Intereconomía. Entre eso y que invitamos a varios monjes budistas que venían con su túnica a enseñar meditación… tuvimos que dejar el lugar. Como todo en esta vida viene y se va, me puse a buscar otro local…
¿Y cómo hay que afrontar la búsqueda de un centro para poder dar clases y salir adelante?
Bueno, la verdad es que los profesores de yoga lo tenemos un poco difícil por varios aspectos. Por un lado no está muy definido en qué profesión se nos encuadra: terapias naturales, salud, deporte. Sé que ahora se nos está encuadrando en Deportes, y esto le complica al profesor de yoga a la hora de abrir un local, porque este tiene que reunir las condiciones de un gimnasio, con lo cual el presupuesto económico para que reúna estas condiciones se incrementa bastante.
Otra opción que le queda al profesor de yoga, si no tiene una titulación dentro de la salud (medicina, fisioterapia o psicología) es la de asociarse con un profesional de estas materias para poder abrir un espacio en una primera planta de un piso o una consulta para poder dar las clases de yoga. Si no, va a tener que estar subcontratado en gimnasios u otros centros de yoga autorizados.
Actualmente a los profesores de yoga no se les paga bien en los centros públicos culturales, y normalmente tienen que estar viajando de un centro cultural a otro. Hasta que llegan a un centro privado que no es suyo y tienen que estar repartiendo las ganancias. Con lo cual un profesor de yoga para que tenga un sueldo digno se lo tiene que trabajar mucho, mucho, mucho. Y eso a veces puede ir un poco en contra de su propia práctica pues, quieras o no, estar todo el día de acá para allá a la larga no puede mantenerse.
Y otra cosa que también tiene que afrontar un profesor de yoga es que hay un montón de centros, de tipos de yoga, y cada uno dice que es el mejor. Entonces es difícil para in profesor darse a conocer, ser valorado si no viene, como en todas las profesiones, de la mano de un padrino.
¿Cuántos alumnos tienes que tener para poder hacer frente a los gastos de un centro de yoga como el tuyo, muy bien situado, bonito y espacioso?
Para cubrir gastos (local, darte de alta como autónomo, IVA, publicidad…) tienes que tener unos 40 alumnos. Luego cómo distribuirlos depende de las salas que tengas y el número de horas que quieras dedicarle. Yo he abierto más grupos de clase en diferentes horarios de mañana y tarde para darme a conocer en la zona, y entonces estoy más involucrada en las clases. A partir de 40 alumnos ya podrías empezar a ganarte tu sueldo. Ahora también está funcionando cubrir clases de fines de semana, aunque eso exige mucho a los profesores. Si quieres tener un mínimo de vida personal, debes buscar el equilibrio.
¿Crees que hoy día hay demasiada oferta de yogas diferentes?
El ser humano siempre está buscando ir más allá, evolucionar, y eso quizás hace que el yoga ahora mismo sea más exigente, más dinámico, más duro. Krishnamacharia formó a tres maestros que hacían tres estilos de yoga diferentes: Pattabi Jois con el Asthanha Yoga, Iyengar con el Yoga Iyengar y Desikachar con el Vinyasa Yoga. Tres discípulos del mismo maestro con formas completamente distintas de concebir el yoga. Desde luego, Dios me libre de criticarlo.
Aunque tal vez actualmente haya una oferta exagerada, creo que dentro de un tiempo llegaremos a un equilibrio y entenderemos que hay tantas formas de crecimiento como personas, que no hay una forma mejor que la otra sino que uno ha de observarse y saber qué necesidades y qué recursos tiene en un momento de su vida, tratar de mantenerlos y saber cuándo esos recursos se agotan. Se trata de ir buscando dónde está el equilibrio de cada uno, y eso es difícil porque cada uno encuentra su equilibrio de un modo diferente.
No hay estilos que sean “el mejor”, ni “la panacea”. Y tampoco se trata de hacer cada vez más: más horas, más asanas, más difíciles. Hay que intentar buscar ese equilibrio para que esa práctica que cada vez es “más”, no nos quite en vez de darnos.
Más información: Anandamaya, calle Alcalá, 68. 28009 Madrid. T 915 04 44 29 y 647 51 22 78 https://www.facebook.com/isabel.anandamaya