Hace dos semanas volví de mi primera experiencia en un curso de diez días de meditación Vipassana. Y tengo que decir que mi vida ha experimentado, ya, un cambio irreversible. Escribe Be Pryce. Foto: Yolanda Brasas
Hacía años que había oído hablar de este retiro. Lo llamo retiro porque, en los diez días que dura el curso, la disciplina es férrea en cuanto al silencio obligado, la dieta parca y austera, el nulo contacto con el exterior y las diez horas diarias de meditación. Reconozco que sentía curiosidad por ver cómo iba a aguantar estas directrices; hoy día no estamos acostumbrad@s a tanta rigidez.
Tal como preveía, el cuerpo se me quejó amargamente durante los primeros cuatro días pero, a partir de ahí, se fue rindiendo y las horas sentada pasaron más dulcemente. El silencio obligado me permitió desconectar de las normas sociales y pasar unos días de vacaciones vocales, que me supieron a gloria. Sin embargo, para lo que no estaba preparada era para la tremenda batalla que habría de librar con mi propia mente, un día tras otro, una hora tras otra. Y tengo que decir que esta batalla la perdí, afortunadamente…
Como meditadora, la técnica Vipassana me pareció revolucionaria, por su sencillez y profundidad. Enseña algo tan simple como centrar la atención en las sensaciones corporales. Nada más. Las emociones y reacciones se suceden, claro está, pero no se les presta atención, ni la más mínima. Solo importan las sensaciones corporales, y aprender a observarlas con ecuanimidad. Y ¡sorpresa! Resulta que sólo observando se produce un cambio apenas perceptible al principio, y una paz desconocida se introduce por los resquicios de la mente turbulenta. A medida que pasan los días, ese cambio se vuelve más evidente y, muy poco a poco, se va dejando de luchar con la mente, que sigue batallando por no perder su lugar de privilegio sobre nuestra atención.
Enganche emocional
Estar diez horas al día sentada en un cojín, intentando poner en práctica la técnica, dan para mucho desde el punto de vista de la divagación mental. Tengo que confesar que, como soy terapeuta Gestalt, esto de ignorar las emociones y reacciones me alertó mucho, y se me venían imágenes de miles de personas meditando tan tranquilas y de mí misma en una consulta tristemente vacía. Porque la terapia se basa, precisamente, en trabajar con personas cuyas emociones y reacciones les causan conflictos y dolor. Si éstos desaparecen, ¿qué sentido tiene hacer terapia?
Sin embargo, a medida que iban pasando los días en el retiro, y a la vuelta a mi vida cotidiana, me fui dando cuenta de que no es tan fácil dejar de reaccionar o de prestarle atención a las emociones. Estamos enganchad@s a nuestras emociones, sean placenteras o dolorosas, y no estamos dispuest@s a soltarlas tan fácilmente, ni siquiera ante la perspectiva de liberarnos del dolor. También me di cuenta de que la mayor parte de las personas necesitan entender qué les pasa, por qué les pasa y qué fue lo que provocó lo que les pasa aunque, en última instancia y desde el punto de vista de la liberación, esto no sirva para absolutamente nada.
Yo misma he pasado años buceando por mi pasado y conociendo mi carácter y mis neurosis, y creo que esta técnica ha llegado a mi vida, justo ahora, precisamente por haber pasado antes por un proceso terapéutico. Ya no tengo tanta necesidad de saber ni de entender. Creo que ahora estoy más preparada para soltar, que es precisamente lo que la Vipassana enseña. Soltar lo que sé de mi misma, pues ya no me va a hacer tanta falta. Claro que, me doy cuenta, sigo apegada a mis emociones y a mis reacciones, pero voy siendo más capaz de mirarme con un poco más de ecuanimidad y, por ende, con algo más de compasión.
Por eso yo, personalmente, he decidido que voy a esperar un poco para esto de la liberación. Aunque es cierto que la meditación Vipassana es el centro de mi práctica espiritual diaria, aún me resisto a liberarme de los apegos. Porque claro, tod@s queremos liberarnos del dolor, del sufrimiento, de las aversiones, del miedo… pero aún no he conocido a nadie que ansíe liberarse del placer, de la ilusión, la alegría o la satisfacción, y esto va de la mano.
Liberarse es liberarse de todas las emociones que nos mantienen pres@s, no vale elegir liberarse de lo malo y conservar lo bueno. Esto no funciona así. Por eso yo he decidido tomarme un tiempo y, mientras, voy profundizando en la técnica y limpiando un poco el basurero mental, sufro y disfruto a partes iguales… Eso sí, yendo a terapia.
Om Namah Shiva
Be Pryce