El miedo a que nuestro sufrimiento no haya merecido la pena o a que podamos sufrir más nos vuelve más desconfiados ante nuestro propio valor. Más tensos, más duros, más cobardes. No hay peor miedo que el miedo al miedo. Escribe Roberto Rodríguez Nogueira.
El miedo escribe líneas de código básicas de nuestros programas de percepción. El yoga se desarrolla para poder leer esas líneas y borrarlas en vez de creer que el mundo y yo somos lo que percibimos desde el miedo.
Todo instante es una oportunidad para reconocer el propio miedo y el falso orgullo que éste desencadena haciendo que creamos que comprendemos algo cuando en realidad nos estamos alejando de ello. Todo momento es una oportunidad para medir el poder de nuestra relajación y nuestro contento personal con nuestra vida.
El monstruo social no es el poder financiero en manos de los políticos y sus jefes sino nuestro miedo en manos de nuestros controladores, en vez de una consciencia clara de nuestro verdadero valor y su poder. Nuestros controladores no están fuera de nosotros. No son “ellos”.
¿Quién controla a los controladores? ¿Quién vigila a los vigilantes? Es un buen koan que surge cíclicamente en nuestra historia. La práctica del yoga propone una respuesta revolucionaria. Propone que los controladores están dentro, que yo escribo mi código de miedo porque lo he aprendido así, y que puedo superarlo. Yo soy mi controlador y yo puedo silenciarlo. Puedo calmar los comandos, descubrir lo que hay tras el silencio, que no es el caos ni un vacío aterrador ni una ausencia, sino una presencia plenamente satisfecha. El verdadero valor de todo.
Parte del discurso del miedo es que el silencio es muerte, y la muerte ausencia de identidad, la extinción completa del yo. La revolución que plantea el yoga es que, sin que uno tenga que comprarse y creer en una nueva mitología (y esto no se comprende siempre en toda su plenitud radiante), se puede experimentar que el silencio es la fuente creativa y original de todo lo demás, el folio en blanco en el que no para de expresarse lo real, lo sencillo: el amor. Siempre es más fácil hacer el amor y crear vida, algo que aún no hacemos en un laboratorio, que empuñar una máquina y destruir vida.
El motor de la vida
La guerra puede ser el motor de la historia porque escribe los límites de las naciones y las ideologías. Pero el motor de la vida es el amor. El amor del ser humano, la esencia destilada del planeta, es aquello que permaneciendo firme, acaba realmente con los conflictos, resuelve el karma. En la historia no entran el amor familiar ni la solidaridad. En la historia no entran los gestos individuales que cambian el mundo porque la historia es la foto del miedo. Y si estudiamos esa foto (y no debe darse por aprendida nunca; hay que seguir estudiándola) siempre aparece el mismo código: “¡Peligro! Hay otro que se quiere quedar con lo mío».
No vamos a arreglar las cosas cambiando un sistema por otro, sino transformando el miedo en amor. La acción correcta no surge de la tensión que dan la rabia o el odio.
No necesitamos un sistema nuevo. No necesitamos líderes de masas. No necesitamos ser masa. Necesitamos atrevernos a ser lo que somos. Necesitamos atrevernos a soltar el miedo que coordina cómodamente la realidad: amigos, enemigos, buenos y malos. Yo con los míos. Masa. Eso lo hemos hecho siempre. Necesitamos recordar que este planeta nos ha creado como sus cuidadores, sus responsables, su consciencia. Y este viaje de la especie sólo podemos hacerlo uno a uno. Responsablemente. Y lo hacemos relajando a lo largo del día cada gesto de agresión producto del temor en un gesto de amor. Lo hacemos escuchando con el corazón, no desde el código del miedo. Lo hacemos agradeciendo y encontrando contento en la propia existencia antes de quejarnos de lo que no tenemos en ella porque otro lo roba.
Sólo el amor da atrevimiento, un valor real a lo que hacemos. El valor del miedo es, realmente, desesperación. Tú eliges el valor de tu vida. En cada gesto. Sé valiente. Sé amor.
Quién es
Roberto Rodríguez Nogueira es profesor de yoga, blogger y escritor.