Las relaciones humanas están basadas, o deberían estarlo, en la confianza. Confiamos que el otro cumplirá lo pactado, que el servicio que hemos solicitado vale lo que hemos pagado por él, que la harina del pan que comemos es de buena calidad tal como anuncia el panadero. Es evidente que hoy día esto no es así; hay una severa crisis de confianza. Lo saben los abogados y las compañías de seguros. Nada es lo que parece. Escribe Julián Peragón Arjuna.
Asteya nos plantea la importancia de no apropiarnos de lo que no nos pertenece. Porque, en este caso, lo importante no es tanto el objeto sustraído como el hueco de inseguridad y de desconfianza que ese gesto genera. Pongamos un ejemplo cotidiano: si yo no te devuelvo el libro que me has prestado, aunque evidentemente no haya ninguna voluntad de apropiármelo, traiciono la confianza que has depositado en mí, y como consecuencia, cuando otra persona te pida otra cosa prestada encontrarás una buena excusa, o directamente le dirás que no. En realidad, robar también tiene que ver con quitarle tiempo a los demás, usurpar un poder que no te corresponde, utilizar las ideas de otros como propias, invadir el espacio o las relaciones de otros o simplemente especular en una compra-venta.
El deseo de lo que no nos pertenece, la codicia de los bienes ajenos. Nos habla de una dificultad de conformarse con lo que se tiene, eligiendo la vía fácil que es la de alargar sigilosamente la mano. En realidad el ladrón no se da cuenta que robar afloja el alma, pues no quiere pagar el precio y el esfuerzo que conlleva vivir. Y lo cierto es que, a la postre, se paga otro precio aún más caro: el de dejar de ser una persona confiable a los ojos de los demás o en el de estar en una marginalidad peligrosa.
No hay otra manera de cultivar Asteya que la de salir de una insatisfacción y de una imagen interna de carencia. En realidad estamos en una ilusión cuando creemos que algo externo nos va a complementar, o nos va a acercar a la felicidad.
Actuar con honestidad
Está la maquinaria implacable de la publicidad que genera mitos, y un sistema que escupe frustración e insatisfacción por no conseguir lo prometido. Pero también está, no lo olvidemos, nuestra capacidad de discriminar, nuestra voluntad de apretar un botón para desconectar; en definitiva, nuestra capacidad para resistir a la tentación. Podemos decir que hay muchas cosas bonitas e interesantes en el mundo, pero también podemos fortalecer la realidad de que no las necesitamos, porque realmente no las necesitamos. El problema está cuando se convierte la posesión en un fin en sí mismo en vez de ser un crecimiento de la propia vida, de nuestra humanidad. Por eso es importante rogar por tener lo justo para vivir con dignidad.
Asteya es actuar con honestidad en cada situación y mantenerse en el propio espacio sin invadir pero tampoco sin ser invadido. No robar, claro está, pero también no entrar en situaciones deshonestas que impliquen que seamos de alguna manera estafados. El timo de la estampita no habla sólo del timador, habla del oportunista que llevamos dentro que quiere aprovechar una situación para sacar ventaja. Por no hablar de los sistemas piramidales que prometen unas ganancias del 800% vendiendo unos productos milagrosos o intercambiando dinero con la excusa de una ayuda mutua.
Cuando uno profundiza en Asteya genera a su alrededor tal confianza que todas las riquezas son concedidas. Esa es la verdadera riqueza: que los demás sientan a nuestro lado que no son invadidos, que son respetados, que cogemos la confianza depositada en nuestras manos y que la devolvemos con creces.
Quién es
Julián Peragón, Arjuna, formador de profesores, dirije la escuela Yoga Síntesis en Barcelona