Yamas: Satya (Amor a la verdad)

2013-02-12

Antes de hablar del amor a la verdad, hablemos de la mentira. La mentira se vuelve en contra nuestra porque debe ser mantenida con una batería de mentiras menores para no ser pillados en el engaño. Este gasto de energía psíquica para sostener nuestras falsedades conforman un laberinto que nos atrapa. Escribe Julián Peragón Arjuna.

Boca

Con la verdad, sin embargo, uno es libre porque no requiere camuflaje. Por el contrario, a medio o largo plazo el mentiroso es descubierto y sobreviene la desconfianza. A menudo llamamos mentira a una voluntad de engaño, pero no deja de ser también mentira cuando añadimos algo más de nuestra propia cosecha a la realidad, o cuando sólo contamos una porción de ella, ocultando el resto. Hay mentira cuando disfrazamos la realidad que no nos gusta o cuando miramos a otro lado negándola.

Nuestro lenguaje es complejo e imperfecto. Si a esto le añadimos la duda, la ambigüedad o la ignorancia de nuestras motivaciones ocultas, tenemos servido un cúmulo de malentendidos en la comunicación con los demás. Estamos obligados a conocer bien el medio que utilizamos de comunicación y a saber decir lo justo en el momento más adecuado.

Un problema en la comunicación es que no conocemos las claves de interpretación del otro y, a menudo, tampoco conocemos las nuestras. Cuando yo digo libertad o amor, tú puedes entender otra cosa bien distinta de lo que yo he querido expresar. Al mismo tiempo, puedo decir esas mismas palabras pero ser incoherentes con mi propia realidad. Por tanto, en una verdadera comunicación, uno no sólo expresa sus opiniones sino también el lugar desde donde las expresa, la ideología que hay detrás, las experiencias que han dejado huella en esas mismas expresiones.

La palabra justa

Pero nuestra veracidad tiene un límite, por eso Ahimsâ antecede a Satya, y es decir la verdad sin crueldad, sin añadir más sufrimiento al otro. Hay que saber en qué momento decir la verdad para que esa verdad tenga una utilidad:  la de permitir que el otro pueda crecer. No se trata, por tanto, de meter el dedo en la llaga sino, más bien, mostrar la palabra que invite a la sinceridad porque crea un entorno de no juicio, de aceptación desde donde poder reflexionar conjuntamente.

En este sentido, a diferencia del rumor, la opinión sin fundamento o el falso testimonio, la palabra justa es aquella que pone orden y que ilumina. Se trata de apoyarse en la palabra y su poder para clarificar el embrollo, para dar luz a la confusión. La diferencia entre el charlatán que mediante su verborrea engatusa y vende sueños, y la de los sabios, es que éstos no te dicen lo que tú quieres escuchar, no son cómplices de tu neurosis, pero cuando te miran y te hablan, su palabra tiene la fuerza de un terremoto que sacude todo tu ser. La palabra compasiva pero rigurosa demuele la torre de falsedades que hemos construido para defendernos de la carencia amorosa, la falta de reconocimiento o la impermanencia de la vida.

Hay que hacer caso al dicho que nos recuerda que hay que tener cuidado con los pensamientos pues se convierten en palabras. Las palabras se convierte en actos, los actos en hábitos, éstos en carácter y el carácter, por último, en destino. Es cierto que si no controlamos nuestro pensamiento, éste nos sumirá en intranquilidad, en dispersión y malestar.

Para sanar la palabra hay que aprender del silencio. Si el silencio no se vuelve nuestra verdadera piel, si no estamos conformados desde la voz del silencio, la palabra es evasión. Si las palabras y los conceptos ponen límites, diseccionan el mundo aunque sea necesario en un primer momento para comprender la complejidad de lo que nos rodea, es cierto que las palabras pueden desunir. Si las palabras dividen, entonces es el silencio el que une.

Desde el silencio uno puede decir lo necesario, distinguir entre lo que puede ser expresado de lo que debe seguir velado. Tal vez en la comprensión de que el misterio no puede ser nunca explicitado por la sencilla razón que la mente no puede describir lo inconmensurable, porque no existen ni existirán suficientes palabras para describir todos los matices de la vida.

Creemos que las palabras van de la mente a la lengua en un camino directo pero nos olvidamos que previamente pasan por el corazón. Si hay doblez, hipocresía, la palabra se distorsiona. Además de calmar la mente es necesario purificar el corazón. El corazón como órgano alquímico es el único que puede acoger al otro; por eso, la palabra la debemos templar en el corazón y sacarle las aristas.

Vivir en la verdad

Queremos conocer la verdad para no errar en nuestras acciones. Tal vez por eso, la persona establecida en el conocimiento tiene el don de iluminar lo que encuentra a su paso. Sus acciones están en conexión porque hay una clara concordancia entre lo que uno es, lo que dice y lo que hace. Por eso, nos recuerda la tradición, lo que dice no tarda en hacerse realidad. Es capaz de mantener su palabra. Vivir en la verdad es ser quien se es, no querer ser otra cosa, igual que la semilla de una flor se convierte en ella misma.

Satya es también el desarrollo de una fina discriminación entre la verdad y la mentira. Esto nos hace conocernos mejor para saber realmente de nuestras capacidades y nuestras fuerzas, y no tanto de las fantasías que todos nos hacemos sobre nuestro potencial.

Pero las palabras tienen otro poder. Pueden, como una espada afilada, rasgar el velo de la ignorancia del mundo manifiesto para ponernos cerca de lo esencial. Y si bien, como decíamos, las palabras no pueden definir lo que es, sí pueden señalar la dirección adecuada.

Arjuna (Foto: Guirostudio 2013)Quién es

Julián Peragón, Arjuna, formador de profesores, dirije la escuela Yoga Síntesis en Barcelona

http://www.yogasintesis.com