Jacomina es una de las pioneras en España en la investigación del sonido para el crecimiento personal, espiritual y para la sanación. Utiliza cuencos tibetanos, gongs, monocorde y voz, e imparte sus conocimientos y experiencias en talleres de sonido, consultas y conciertos. Es una entrevista de Sita Ruiz.
Hace más de dos décadas, Jacomina Kistemaker dejó Holanda, años de trabajo en la Universidad, la psicología y el activismo social. Decidió que, después de tanto tiempo centrándose en ayudar a los demás, era hora de “ayudarse a sí misma”, emprender un viaje interno, escuchar su corazón y encontrar un nuevo camino de vida. Necesitaba volver a crear, descubrir otros universos, reencontrarse con sus raíces, con su ser más íntimo y espiritual. Y todo ello lo consiguió gracias al sonido.
Al poco tiempo de desembarcar en España, fundó el Centro Punta de Couso en Galicia. Un bello espacio, en plena naturaleza y rodeado por el mar, en el que reside, trabaja y recibe a personas de diferentes ámbitos, interesadas en la Terapia de Sonido y el desarrollo personal a través de consultas, seminarios o conciertos. Asimismo, pasa largas temporadas trabajando en diferentes ciudades de España, Holanda, Alemania, EEUU, Grecia o Nepal.
También, le gusta colaborar y experimentar con músicos, artistas y amigos como Alfonso Acero, Luis Paniagua, Thomas Clements o Raman Maharjan (proyecto “Mitrata Children’s Home”, Kathmandu, Nepal). Hace poco publicó junto con Gabriel Flain un disco titulado Paz es un verbo, donde refleja parte de la esencia, calma e inmensa paz que caracterizan a sus conciertos meditativos.
Llevas años formando a profesionales en Terapia de Sonido. ¿En qué se basa tu metodología y cuál es el objetivo de esta formación?
Mi metodología es enseñar los principios fundamentales del trabajo con el sonido junto con una caja de herramientas y técnicas aplicadas a través de un cuenco, un gong, una tingsha o la propia voz. A partir de ahí, buscamos cómo aplicar todo esto en el ámbito profesional de cada persona. Promuevo que cada uno encuentre su propio estilo de trabajar con el sonido, no quiero transmitir un “método Jacomina”; es algo que no me interesa. Quiero que cada alumno/a encuentro su propio camino. Acompaño pero no defino, y justo aquí es cuando empieza la parte más interesante. Buscar aplicaciones a medida, trabajar desde la apertura cada situación nueva. No hay recetas en este tipo de trabajo.
Desde mi punto de vista, solamente puedes relacionarte y aplicar el sonido si entiendes y has sentido cómo funciona un cuenco, la voz, un gong en tu propio cuerpo. El sonido tiene su propia sabiduría. Va a donde es necesitado. Es importante cultivar una actitud de presencia, estar abierto a la sorpresa, fluir con lo que surge, no imponer lo que piensas tú. Estamos solamente acompañando; nosotros no somos los que sanamos ni arreglamos los problemas. Hay fuerzas mucho más grandes fuera y dentro de la persona misma que dirigen procesos muy profundos.
¿Crees que España está, hoy por hoy, preparada para aplicar y promover este tipo de propuestas?
Honestamente, no lo sé. No sé lo que es España. Yo parto de la gente que encuentro o llega a mí y veo que hay cada vez más interés en el sonido, tal y como yo lo entiendo. El milagro del sonido habla por sí mismo, no tengo que convencer a nadie, ni me apetece ni hace falta. Solamente hago lo que me inspira, lo que me ayuda a mí misma, a los demás y a la naturaleza. Coopero para mantenerme sana y entregada, cada vez más, al misterio de la vida, al amor.
Sueles ir acompañada de infinidad de cuencos tibetanos, gongs, tingshas. ¿Qué más llevas contigo?
Es todo un espectáculo ver lo que llevo en mis viajes; son mini mudanzas, con todos mis instrumentos para el concierto y las consultas: camilla, mantas, sillas y cojines, incluso hasta mi equipo de música con altavoces y todo. Menos mal que la voz no pesa (ríe). Es demasiado y a la vez es tan bello lo que sale de todo esto que vale la pena. Aunque, claro, los años empiezan a pesar. Aprendo cada vez mejor a pedir ayuda y espero, con el tiempo, evolucionar para moverme algo más ligera.
En tus consultas privadas también utilizas estos instrumentos. ¿Todo el mundo puede recibir Terapia de Sonido?
Sí, tengo mi gong tam-tam grande, unos gongs Feng, las tingshas y, sobre todo, los cuencos tibetanos, y mi voz siempre presente en las sesiones. Según la situación, utilizo un instrumento u otro, o todos. A veces no utilizo ninguno, solamente hablamos. Un principio básico de estos instrumentos es que ayudan al cuerpo a mover, a soltar, a expulsar lo que está bloqueado, lo que no quiere. Si entiendes los efectos del sonido, puedes entender las contraindicaciones desde el sentido común: no remueves lo que no quieres que se mueva.
Tus conciertos son una experiencia maravillosa llena de energía, armonía y paz interior. ¿A qué nos invita tu música?
Intento transmitir paz y amor, empezando con amor a uno mismo para luego expandirlo al mundo, a la tierra. No hay paz si no la hay por dentro; no hay amor si no te amas a ti mismo. Todo empieza en ti. Casi todo el mundo sale muy relajado de mis conciertos. Incluso pueden ser transformadores; a veces se solucionan hasta graves problemas corporales.
Para poder revivir la magia del concierto y ampliar la parte más visual, Gabriel y yo hemos grabado, un DVD y CD que se llama Paz es un Verbo: un baile de imágenes y sonidos, una improvisación sonora que capta fantásticamente lo que quiero expresar con mis cantos y sonidos.
¿Por qué elegiste el mundo del sonido como compañero de viaje?
La música y el sonido siempre han sido muy importantes en mi vida. Con sólo siete años quise tocar el piano, y mis padres me lo compraron. Me gustaba escuchar los sonidos de la naturaleza y cantar en la granja donde vivíamos. Desde muy joven mi cuerpo bailaba solo con la música, dejándose llevar. Son sentimientos y experiencias que estaban en mis venas y que nunca pensé incluirlo en mi vida profesional porque era algo muy íntimo y privado. No obstante, cuando empecé a estudiar en serio lo que es el “sonido”, me emocioné.
Era como llegar a casa, sentí que tocó mi ser: somos vibración y todo está conectado a través de los armónicos y los octavos. Resonaba intensamente en mí. No me importaba encontrar trabajo en ello o no. Elegí los cuencos y la voz como compañeros; simplicidad, profundidad, esencia, presencia. Para mí, un puente a lo espiritual.
El sonido con estos instrumentos me da mucha libertad, me centra, me hace crecer, me mantiene humilde y me da el intenso placer de poder dejar fluir mi creatividad de una manera libre, ancestral, sin esfuerzos. Puedo compartir todo, sin palabras. La esencia de lo que somos se reconoce en cada nota que canto o toco; no soy yo, vibramos todos juntos.
¿Qué conservas de tu etapa anterior como psicológa y mediadora social?
De la psicología conservo una manera de tomar distancia sobre cada información que me llega, “la duda sana”. No aceptar nada porque alguien lo dice, sea quien sea. Con el tiempo, he integrado esta actitud crítica con mis experiencias en otros niveles, buscando un equilibrio entre la mente, el corazón y lo divino. Gracias a esta ciencia, y a todo lo que he estudiado después, me he dado cuenta de la complejidad del ser humano. No hay respuestas ni soluciones estándar. Se puede ver las situaciones de tantas maneras, hay tantas capas. Creo que al final he llegado a lo más importante, a escuchar con mi corazón.
De mi trabajo en la acción social he aprendido constancia, perseverancia y cómo ser íntegra, clara u honesta sin miedo a decir lo que piensas, de una manera suave. ¿Qué es lo que provocas con tus palabras y acciones: la guerra o la paz? Por ello es importantísimo saber ponerse en la piel del otro para entender de dónde viene, por qué dice y hace las cosas así. Creo que sin abrirte al otro no consigues nada a un nivel más profundo.
Vídeo “Armonía en plural” (extraído del disco Paz es un verbo) de Jacomina Kistemaker.
www.youtube.com/watch?v=fWYEwIQrUv0
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