Sección «Saludo al sol», artículos escritos por Joaquín García Weil, profesor de yoga, licenciado en Filosofía y fundador de Yoga Sala Málaga.
La primera noticia que tuve de Ananda Mayee Ma fueron las fotos suyas que aparecen en el célebre Autobiografía de un Yogui de Yogananda. Se la veía entonces como una joven de belleza singular casada con Bholanath. Con el tiempo se convirtió para miles de personas en una guía espiritual a la que acudían a consultar desde dudas espirituales hasta difíciles cuestiones financieras o políticas pasando por asuntos familiares o sentimentales.
Desde hace décadas a la India viajan miles de personas desde los países más ricos con el propósito de ayudar. En la mayoría de los casos quienes a la India viajan se ayudan en primer lugar a sí mismos, que no es poco. Algunos de estos viajeros humanitarios tuvieron ocasión de ser asistidos por la sabiduría de personalidades de la talla de Ananda Mayee, o recibieron el beneficio del Yoga o del Ayurveda, o adquieren algo de la alegría con que los indios han enfrentado tradicionalmente las dificultades.
Cuando algunos de estos viajeros como Lanza del Vasto, autor del célebre Peregrinación a las fuentes (donde se retrata a Gandhi y a Ramana Maharshi) trajeron de modo pionero el yoga a España y a otros países occidentales, todavía se concebía como una actividad necesariamente separada de los usuales ámbitos familiares y laborales. Se pensaba todavía, hace décadas, que el yoga era algo “especial” que era necesario practicar en comunidades rurales apartadas de lo ordinario. Hoy en día, sin embargo, se lo ve como una ocupación totalmente integrada en la vida urbana.
Tal como yo lo experimento, la vida familiar, laboral y social en ocasiones no es fácil. Unir este ámbito vital además a un trabajo espiritual es una tarea de mucho mérito. Sin embargo, no por eso, concentrarse por completo en el desarrollo espiritual me parece algo desdeñable. Para empezar, quien enfoca su atención en este trabajo lo hace sin descanso ni pausa, sin posibilidad de desconectar o tomarse unas vacaciones.
Existe, no lo niego, algo así como lo que podríamos llamar “egoísmo espiritual” que consistiría en trabajar exclusivamente en pos de la propia evolución, iluminación, santidad o como se quiera llamar. Sin embargo, incluso en esos casos, finalmente el “egoísmo espiritual” acaba de un modo inevitable haciéndose inteligente y busca compartir de algún modo sus logros. No estoy hablando del afán de “enseñar” o de “ayudar” a otras personas supuestamente más ignorantes o necesitadas de ayuda. Estoy refiriéndome a algo más sutil.
Hay quien pueda considerar a los místicos, santos o eremitas de los Himalayas, por ejemplo, como personas poco prácticas o inútiles a efectos sociales. Sin embargo, hasta el ermitaño más aislado cumple una función como icono o símbolo.
He tenido la ocasión de escuchar a personas decir que, aunque no acudan a las ermitas o a los centros de retiro de los distintos credos o prácticas, les tranquiliza sin embargo saber que tal posibilidad existe para cuando se la necesite. Muchas personas consideramos como beneficioso y positivo saber que hay personas entregadas a sus meditaciones en las cuevas y templos de los bosques, desiertos o montañas.
Por mucho que la meditación sea una práctica de desarrollo personal, de algún modo sentimos que están meditando no sólo por ellos mismos sino por todos. Considero que ese es el motivo de que los meditadores hayan sido y sean sufragados por patronos, monarcas, magnates y otros particulares.
Quien se ejercita en el yoga (o en otras prácticas equivalentes de evolución psicofísica) puede hacerlo con la tranquilidad de que la paz, la armonía o la relajación que alcance no es un logro meramente egótico sino que, de alguna manera, se expande y beneficia a otros seres. No me refiero a efectos mágicos (que quizá también) sino que, quien logra bienestar y claridad en el cuerpo y en la mente, de algún modo lo refleja en sus palabras, en sus gestos, en sus acciones o con su sencilla y tranquila presencia.
Quién es
Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga y director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.