Consejos de Yoga para Terrícolas 2: Lo que el yoga no puede (ni debe) hacer por ti

2018-03-01

Mi amiga Terrícola ha comenzado con decisión sus clases de yoga. Aunque tiene los pies en el suelo, está bien predispuesta a levantarlos a cambio de esas transformaciones que pueden lloverle de quién sabe dónde si se presta a una liturgia que aspira a ir entendiendo. ¿Espera quizás demasiado? Escribe Pepa Castro.

Está empezando a conectar, sobre la esterilla, con su cuerpo… y con algo más de sí misma.

Muchas pequeñas sorpresas la están aguardando ahí, con sus primeros ásanas, quizás como cuando de niña empezó a erguirse sobre sus pies. Pero ahora se está dando cuenta de lo que vive en su cuerpo: la respiración socorriendo a sus músculos y articulaciones; la misteriosa energía que trepa por columna al acabar el saludo al sol; el recogimiento que sobreviene tras una flexión hacia delante; la sensación de poder al abrir el diafragma… Movimientos que crean energías y atraen emociones que aparecen, más que haciendo, estando. Como cuando, acallado el rumiar del pensamiento al final de la clase, emerge una sensación de felicidad sin motivo que la hace sonreír.

Y de repente, en el latir del silencio vivo de ese cuerpo suyo tan desconocido hasta ahora, la Terrícola intuye el corazón de todas las cosas.

Sí, ha habido conexión entre la nueva practicante y el yoga. Algo está abriéndose camino para ensanchar espacios inexplorados dentro ella. Algo que la toca muy adentro, una presencia que observa su cuerpo, lo reconoce, reúne pedacitos, lo habita de vida. ¿Es el yoga? No, es ella. Ella profunda, atenta, real. Esa que en realidad es, invocada por su consciencia… 

Pero mi amiga todavía no lo sabe del todo. Es lo bueno que tiene ser terrenal y humilde principiante, que no sabes que sabes, y por lo tanto te estorba menos la vanidad para aprender y sorprenderte. ¡Bienaventura sea tu inocente ignorancia, terrenal Terrícola!

“Nunca se me había ocurrido pensar que el ejercicio físico podía reflejarse hacia adentro”, me comenta en uno de sus correos. Está experimentando el asombroso poder del yoga para abrirnos a una escucha de la que va a emanar la presencia del sí mismo.

Es la etapa más idílica, la conexión… Pero, como en todo aprendizaje, aguardan muchas otras experiencias… y no todas tan gratas.

El mito de la transformación

Animada por sus primeros meses de práctica, la Terrícola levita un poco con el mito de la transformación. En esta etapa de su aprendizaje aparece el reto de la superación, el espejismo de querer ser otra, supuestamente más competente, en la esterilla y en la vida. Cuidado: no te distraigas con esas tentaciones narcisistas. Recuerda que no estás en tu esterilla para hacer, sino para permitirte ser. Recuerda que tu búsqueda y tu meta siempre es la autenticidad.

Lo que no le puedes ni le debes pedir al yoga es que cambie las cosas de ti o de tu vida que no te gustan… El yoga “solo” puede alumbrar esas sombras y hacer aflorar a tu consciencia la necesidad, o no, de hacer cambios. Pero si llegas a tu práctica buscando transformarte en un personaje más brillante, más exitoso, más sexy, más admirado, más seguro… vas a salirte del camino. El yoga se «inventó» hace siglos para ayudar a liberarnos de máscaras, artificios y autoengaños. Para que, confrontándonos y desmontando a esa o ese que creemos ser, podamos vivirnos en la autenticidad de quienes somos.

Da igual el nivel de aprendizaje y de práctica de yoga que tengas, si eres estudiante o profesor, si practicas Yin Yoga, Asthanga o Kundalini, si eres de los entregados o de los escépticos, con títulos o sin ellos, lo que no le debes pedir al yoga es que te ofrezca roles con los que tu ego se sienta más favorecido. Eso sería hacer yoga para esconderte del yoga.

No parece aconsejable pedirle al yoga que sea…

  • – muleta emocional para sobrellevar pérdidas o frustraciones,
  • – sucedáneo de algo que creemos que nos falta,
  • – evasión o refugio de un problema que rehuimos,
  • – salida ocasional o medio para lograr un fin que nada tiene que ver con yoga,
  • – dogma o asidero espiritual al que aferrarnos ante las incertidumbres de la vida,
  • – “verdad única” o explicación simple ante todo lo que desconocemos o no queremos hacer el esfuerzo de conocer,
  • – adorno, atributo o imagen para lucir hacia afuera,
  • – anteojeras para no ver el resto del mundo que nos incomoda,
  • – muro tras el que parapetar o disimular nuestros miedos,
  • – superstición que se resista al razonamiento y a la evolución,
  • – paraíso artificial que adormezca la curiosidad y el anhelo de seguir descubriendo la vida dentro y ¡y también fuera! del yoga

Lo que sí podemos pedir al yoga es algo en sentido contrario a todo eso y mucho más valioso: consciencia, compasión, discernimiento y valor para observar y vivir con profundidad y humildad la autenticidad de lo que somos. 

Nunca olvido una frase que escuché una vez, Terrícola. No la pronunció un maestro iluminado desde su nube, sino un interno de una prisión española que practicaba yoga gracias a instructores voluntarios: «¿Qué cambios he notado? -se miró dentro durante unos segundos y respondió-: Ahora me paro antes de reaccionar». No es mucho, pero es todo.

Recomiendo leer el artículo de Juan Ortiz «Transformación real», publicado en YogaenRed el 3 de julio de 2017.

Si queréis expresar vuestra opinión sobre el tema, será un placer leer vuestros correos en pepacastro@yogaenred

Pepa Castro es codirectora de la revista YogaenRed, líder del sector en lengua española.

pepacastro@yogaenred.com