François Raoult es un enseñante de yoga internacional que recorre el mundo impartiendo talleres. Sus opiniones son tan interesantes como esta: «Es una pena que el yoga se convierta en algo agresivo físicamente. Porque es en posturas sencillas como la de meditación cuando uno intima con su respiración y aprende a sentir». Es una entrevista Yoga en Red.
Fundador y director de OpenSkyYoga Center en Rochester, Nueva York, François Raoult enseña yoga desde 1975. Dirige seminarios, retiros internacionales y formación del profesorado a nivel mundial. Graduado por la École Nationale de Yoga en París, se encuentra entre los primeros instructores franceses de yoga que estudió en Pune, India con B.K.S Iyengar. También ha estudiado meditación con el maestro Thich Nhat Hanh, ayurveda con el Dr. Robert Svoboda y anatomía con Thomas Myers.Tiene el título de Etnomusicología.
Hace pocos días estuvo en Madrid impartiendo un seminario de tres días en City Yoga, y allí le entrevistamos.
Después de tantos años de yoga y experiencias como estudiante y luego como enseñante, ¿qué le gusta transmitir en sus clases?
Lo primero, la curiosidad. Lo que me ha movido hacia el yoga ha sido la curiosidad hacia la vida en general. El yoga es una suerte de médium, y todas las experiencias que nos ofrece la vida, biología, arte, cultura , emociones, viajes, educación, música politica, todo nutre el yoga, que a su vez permite profundizar también en otro género de experiencias. El yoga debería ser un punto de encuentro, pues permite una comunicación más directa entre personas de mentalidades y culturas diferentes.
Lo segundo, aprender a sentir, porque en la educación tradicional no hay somática; hay gimnasia, danza, deportes muy exigentes con el cuerpo en detrimento de las sensaciones e incluso de la salud. Sé bien que ahora hay una parte del yoga que lo concibe un poco como un deporte; es una pena que el yoga se convierta en algo agresivo físicamente. Porque es en posturas sencillas como, por ejemplo, la de meditación cuando uno intima con su respiración y aprende a sentir, a tener sensaciones.
En mi experiencia, muchos estudiantes no saben tener conciencia de sus sensaciones, incluso los que practican danza o gimnasia desarrollan como una armadura porque se ven a forzados a desarrollar esfuerzos excepcionales, puede que muy bellos o eficaces como espectáculo, pero pagan un precio muy fuerte (es frecuente la anorexia en estas disciplinas).
En estos tiempos donde abunda una gran variedad de estilos y métodos de yoga, ¿cómo encontrar nuestra sadhana, nuestro propio camino?
El karma nos da las oportunidades. Yo nunca me he preguntado qué clase de yoga iba a hacer… creo que la cuestión llega por sí misma, por una especie de camino natural. Si uno está centrado, encuentra el lugar que le corresponde. Dicho esto, como estamos tan estresados y el yoga está de moda, hay “yogas” por todas partes, la gente elige como si fuera de shopping”en un mercado enorme.Por otra parte, hay muchos cursos de yoga que sugieren una visión digamos “romántica” del yoga clásico, una espiritualidad tal vez un poco superficial con exóticos destellos de ashram, pero la realidad de la India y del yoga es menos confortable . Las experiencias extremas cambian la vida pero no son de color rosa.
Hay quienes hacen yoga un poco como si fuera surfing, sobre todo en Estados Unidos. Comienzan guiándose por la opción más cercana, la menos cara o la que está de moda, con tatuajes y piercing incluidos. Pero para muchos ese solo es el principio; quienes están realmente interesados por el yoga y lo practican, acaban encontrando a profesores con experiencia de vida y capacidad de discernir que les enseñan a trabajar en sí mismos.
Usted, que ha tenido tantos buenos profesores, ¿qué recomendaría a quienes se inician en el yoga, buscar un solo enseñante, un guru, una sola escuela, o experiencias múltiples y variadas?
Es una cuestión difícil pues depende del karma de cada uno. Yo, por ejemplo, he tenido experiencias muy diferentes en los cuatro o cinco primeros años, cuando empecé en una escuela de yoga ecléctica, en donde conocí diferentes enseñantes y diferentes estilos. Después conocí al maestro Iyengar en una conferencia en París. Le dije que su yoga me fascinaba y qué tenía que hacer para continuar, y me contestó: “Venga a Pune”. Me entregué durante los años siguientes al yoga Iyengar. En el 2000-2003 quise saber que había más allá y fui ver a al maestro Tich Nat Hanh para profundizar en meditación. Después atravesé un periodo muy ecléctico para formar mi opinión y a continuación he ido trabajando en otras experiencias que iban surgiendo.
Por tanto, todo depende de lo que uno crea que necesita en un momento, más dependencia o más autonomía. Con los gurus sucede un poco como la psicoterapia: hay gente que necesita a su terapeuta durante años y otra que tras pocas sesiones dice hasta aquí. Todos sabemos que hay gurus que afirman la autonomía de sus estudiantes y hay otros que alientan la dependencia; no vamos a hacer la lista, pero sabemos de algunos que han abusado de su poder para acceder a dinero o a sexo. Por tanto, hay que poner atención porque hay mucho guru y es difícil saber de antemano quién es verdadero y quién no. El falso guru juega con la credibilidad de la gente, sobre todo si la persona está en situación de vulnerabilidad emocional, y se convierte en una especie de padre autoritario que aprueba o desaprueba y que a veces puede transformarse en una relación dictatorial o fascista, de amo y esclavo.
Yo diría que hay que informarse bien antes de “engancharse” a la ligera sea con un guru, guía, mentor o maestro: mejor probar, pedir opinión a otros estudiantes, permanecer un tiempo hasta construir una práctica personal y luego evaluar los pros y los contras y, si todo va bien, adelante.
¿Cuáles serías sus principales recomendaciones a un profesor de yoga para alimentar sus enseñanzas?
Pienso que hace falta un tiempo de reposo y un tiempo para practicar. Cuando el descanso y la práctica no faltan, la inspiración viene. Si eres músico, practica tu música, y si eres yogui, practica yoga. Picasso o Miró pintaban todos los días. Es, pues, la práctica la que nutre tus enseñanzas.
Apuntarse a muchos cursos, como hacen ahora las nuevas generaciones, no reemplaza la práctica personal, aunque sea mínima. Es esta la que te alimenta, la que recarga tus pilas de energía. Los profesores, como los artistas o los médicos, dan energía a otros, y por tanto necesitan recargar sus baterías. Una de las razones por las que permanecí tanto tiempo en la escuela de Iyengar fue porque ese yoga es restaurativo, con posturas mantenidas durante mucho tiempo, meditativas, para regenerar las células y reponer energía y donde la experiencia es muy profunda y centrada, con independencia de las posturas que se enseñen.
Por tanto, aconsejo a los enseñantes que tengan la humildad del alumno y práctica personal regular para seguir experimentando, así como tiempo de descanso, de vacaciones, para hacer meditación, pranayama o cuidar su salud. Incluso practicar otras aficiones: música, pintura, lectura, viajes, pues cuando el espíritu se alimenta en niveles más profundos, los alumnos se benefician. Yo toco el piano y la flauta sin ningún propósito profesional, pero es la fuente que me recarga y me inspira creativamente.
¿Qué le gusta más de la manera en la que se enseña yoga hoy día y qué le gusta menos?
Lo primero que quiero decir es que incluso el yoga que enseñan los nuevos profesores hace bien. El yoga tiene poder en sí mismo, incluso si una escuela o un profesor no nos gusta. Pero el efecto de una sesión de yoga de una hora u hora y media en general hace bien siempre.
En cierto modo se juzga demasiado… Por supuesto que tenemos derecho a opinar y a preferir. Igual que sucede con un tipo de música u otra, hay escuelas de yoga que nos suenan mejor o que están más cercanas a nuestro mundo que otras. Pero lo que sé es que alumnos que han dejado mis clases para practicar un yoga diferente, se han beneficiado también. Por tanto no me interesa mucho debatir sobre si algo es yoga verdadero o no , o si se le debe llamar así o no.
Quizás lo que me molesta más es la hipercomercialización que ha surgido alrededor del yoga. En muchos centros de yoga, la tienda y las ventas tienen más espacio que los cursos. Es el modelo americano, donde la gente compra cosas que no necesita, como ropa “fashion” para hacer yoga, como si se necesitara una vestimenta especial. Es una especie de gran mercado de cosas que se quieren asociar al yoga, como esa especie de música pop con letra en sánscrito cuyo beneficio es cuestionable.
Eso me entristece un poco porque cualquier cosa se vende y se compra, y el yoga ha perdido su contenido de simplicidad, su naturaleza primordial que era el chamanismo, en donde nada se tenía ni se necesitaba… Esta americanización del yoga ahora ya está en todas partes; en París hay más centros de yoga americanos que franceses. Incluso en lugares de India como Goa, la formación de las escuelas de yoga está controlada por extranjeros, lo cual no deja de ser un poco raro…
Para aprender cualquier cosa a un nivel transformativo profundo, no valen los cursos de diez horas: hace falta tener una relación de larga duración con un maestro, que se convierte en una especie de guía en el que se puede confiar y hablar de lo que surja. Puede ser una gran pérdida que el yoga se quede como una experiencia de superficilalidad, en una especie de fitness un poco más sofisticado que el aeróbic de los años 80, donde los alumnos encuentren acción y transpiración pero no respuestas a las preguntas que pueden hacerse diez años más tarde.
Sus talleres, como el de City Yoga, integran teoría con práctica, pero no dan mucho espacio a las asanas…
La gente piensa en yoga y piensa en posturas. Se olvida el pranayama, el canto, la relajación profunda. La acción y las asanas son importantes, pero yo enseño las que son esenciales desde el punto de vista funcional. Cuando envejecemos ¿de qué tenemos necesidad realmente? De estar de pie, de caminar, de respirar, de digerir, de eliminar… ¿Cuáles son las asanas que mantienen mejor la funcionalidad? Esas son las que me interesan. Las asanas dicíles, acrobáticas, pueden ser fascinantes pero no aportan mucho cuando uno envejece.
Es importante cultivar las posturas de base que cada uno prefiera, que son accesibles, y modificarlas lo que haga falta. Hay que agradecérselo a la escuela Iyengar, que inventó los medios para hacer posturas accesibles a todo el mundo adaptándolas con apoyos. Eso es brillante, compasivo, y me interesa mucho.
En nuestros días hay una especie de adicción a la intensidad, en el deporte y en el yoga; hay quienes si no hacen las postura s más complicadas, no están contentos, y eso creo que es una forma de dependencia. No me interesa, me interesan las posturas básicas, las más importantes, modificadas o no, que se pueden practicar a lo largo de toda la vida. Eso es lo que quiero enseñar.