¿Conocemos a dónde queremos ir y a dónde nos puede llevar el yoga cuando nos apuntamos a practicarlo? La tradición yóguica, antes de proponer ninguna técnica, habla de su sentido, de los objetivos deseables, de las bases de una práctica sólida y de los obstáculos que nos podemos encontrar en el camino. Escribe esta serie de artículos Julián Peragón Arjuna.
Trascendencia
Si pudiéramos simbolizar mediante líneas simples nuestra trayectoria de vida, diríamos que las experiencias que vivimos transcurren a lo largo de una línea horizontal hilvanando circunstancia tras circunstancia desde el nacimiento hasta la muerte. Sobre este horizonte sería necesario elevarnos para alcanzar con la mirada toda su extensión. La línea vertical nos daría profundidad sobre el eje de la experiencia, nos enseñaría el dibujo ondulado o rectilíneo, sólido o endeble que los innumerables actos han dejado sobre el terreno vital, y con ello, extraeríamos consecuencias.
Si pusiéramos voz a esta cruz, la línea horizontal nos vendría a decir: “La mesa está servida. Hay que vivir, y hay que vivir con intensidad. Tenemos un cuerpo y una mente aptos para experimentar y retirarse de la vida o vivir a medio gas es una especie de locura”. Sin embargo, la línea vertical añadiría: “No basta con experimentar. Es vano estar atado a la rueda de la vida que gira sin parar buscando las experiencias placenteras o huyendo de las dolorosas. No basta con dejar una huella indeleble a través de la experiencia, hay que saber adónde apunta lo vivido. Hay que exprimir la experiencia y sacar el jugo de la sabiduría para que el vivir sea un arte, una oportunidad de crecimiento y un espacio de asombro”.
Alzarse sobre la contundencia de lo vivido como el águila que divisa la globalidad del horizonte, no parece de entrada fácil. Requiere de un esfuerzo, requiere reflexión, discriminación y ecuanimidad, requiere de una cierta distancia y de un desapego de los frutos de la acción para no sucumbir bajo el peso de lo experimentado.
Volviendo a la imagen del carro, de poco serviría todo el esfuerzo de poner a punto el carruaje sólo para dar vueltas alrededor de nuestro jardín. Con el carromato pretendemos hacer un largo viaje. Este largo viaje se llama en Yoga samâdhi: es el octavo miembro que enumera Patañjali e implica un cultivo de la atención extraordinario para ver nítidamente la realidad. Tal vez podríamos sintetizar lo que significa el Yoga como un aterrizaje en la realidad y no, como muchos piensan, un despegar de la realidad hacia mundos «insondables».
Qué duda cabe de que el Yoga no reescribe su filosofía sobre el desierto de lo humano sino sobre un anhelo, que a menudo pasa desapercibido, de trascendencia.
Resumiendo, el Yoga es unión de lo todo lo que nos habita para impulsarnos como un trampolín hacia las profundidades del Ser.
Transformación
Señalar en el mapa la cumbre a la que queremos llegar es relativamente fácil, más difícil será escalar la montaña con nuestros pies y nuestras manos. El yogui (y la yoguini) es ante todo un caminante, no carga con los libros eruditos, prefiere conocer la realidad de primera mano, saber lo que es caer y levantarse, perderse y reencontrase, pasar frío y desesperanza por los caminos.
Cierto que el Yoga es un estado especial de unión y de trascendencia tal como apuntábamos unos párrafos atrás, pero, no nos olvidemos, Yoga también es el camino que nos lleva a ese estado, con sus etapas, con sus avances y sus dificultades.
En la metáfora del camino el paisaje cambia porque nosotros nos movemos en una dirección determinada. Si siempre pasáramos por el mismo sitio nos daríamos cuenta de que estamos en un bucle, o sea, que hemos perdido la dirección del camino. Es lo que pasa en la práctica del Yoga: si no avanzas es que te has topado con un obstáculo muy serio, puesto que el Yoga es transformación e implica un avance en nuestro conocimiento de la realidad y en nuestro desarrollo personal.
Lo inaudito del mensaje del Yoga es que nos dice: nada es imposible, siempre y cuando vayas etapa por etapa respetando los límites. No importa lo que tardes, lo importante es la marcha, el paso uno detrás del otro, ahora un estiramiento y después una respiración, más tarde un centramiento o la comprensión de la naturaleza de una cualidad de la mente. Lo importante es entender que partimos de un punto, nuestro momento actual, y que, en ese punto, hay una potencialidad que podemos desplegar. Somos, por así decir, la mariposa dentro del gusano, y el Yoga es el proceso de la crisálida por el que inevitablemente tenemos que pasar.
Un viaje de tal envergadura requiere voluntad, ecuanimidad, capacidad de dominar nuestros sentidos y extrema concentración. Ahora tenemos que preguntarnos si nuestro carromato, y nosotros con él, estamos preparados para ello.
(Continuará en los próximos días)
Quién es
Julián Peragón, Arjuna, formador de profesores, dirige la escuela Yoga Síntesis en Barcelona.